-¡Qué linda muñequita! ¿Es la Nancy?
-No, es Yanny... una nueva... ¿tú no juegas con muñecas?
-No... ¿cómo se juega?
La pequeña Ania hablaba sin despegar su mirada de su muñeca, que sentaba sobre el banco del parque doblándole la bisagra interna del tronco y colocándole bien la falda por debajo de sus perfectas rodillas de plástico. Después simulaba que le daba de comer con voz de madre tonta “venga, una cucharada más” ... y, terminado el imaginario plato, la agarraba como King Kong a la bella rubia de Hollywood observándola inquieta desde muy cerca. Ya entonces no podía evitar besarla con mucha dulzura pero a ráfagas aceleradas.
-La quieres mucho, ¿no?
-Claro... es mi muñeca.
-¿Me la prestas? En mi casa no tengo.
¿Prestarla? Ania dudó un instante y perdió la mirada: ¿se prestan las muñecas? O sí, ¿por qué no? Como quien duerme una noche en casa de la tita.
-¿Pero me la traerás mañana...?
-Claro.
A la tarde siguiente se volvieron a encontrar en el mismo banco del parque. La muñeca Yanny era la misma, pero Ania notó algo nuevo en ella.
-Hola.. ¿ves? aquí la tienes ... le he pintado los labios de rojo con un pincelito. Está más guapa, ¿no?
Estaba más guapa, es posible, pero a Ania le gustó menos (así podemos ser los humanos)
-¿Cómo te llamas?
-Celi. ¿Quieres que seamos amigas?
-Claro.
-Así Yanny tendrá dos mamás, dijo Celi. Además, mira... ayer le compré esta blusa dorada, ¿se la ponemos?
Ania pasó de ser la madre de su muñeca, a ser co-mamá con Celi de su muñeca maquillada y con vestidito nuevo. Los labios rojos y la blusa dorada le quedaban bien, vale, Ania lo que no soportaba era ver la boca de Celi sobre la cara y el cuerpo de Yanny. Además, a Yanny no le podían gustar esos besos tan mal dados...
Un día más tarde Yanny estrenaba, por patrocinio de su reciente co-mamá, un coche deportivo amarillo, con puertas de verdad y maletero, y Celi ya no la llamaba “tu muñeca” sino sólo “la muñeca”.
Aquella tarde Celi acunaba a Yanny para dormirla cuando le preguntó susurrando “¿a quién quieres más, a mamá-Ania o a mamá-Celi?", y sólo ella escuchó su respuesta imaginaria acercando mucho el oído a sus labios barnizados.
-¡Ha dicho que a mí! ¡ha dicho que a mí!
Ania, aterrorizada por la deslealtad de Yanny, dio unos pasos atrás y corrió desalentada.
A la tarde siguiente lo inesperado: Celia, mientras abrazaba a Yanny como quien abraza a una indiscutible propriedad, sacó de dentro de su abrigo un paquete para Ania.
-Es para ti, ábrelo.
Ania, desconfiando, lo abrió despacio pero expectante.
Era otra Yanny. Nueva. En su caja.
Sonrió levemente, la sacó con ternura del cartonaje, intentó acunarla.... pero cuando miró de reojo cómo Celia besaba a Yanny, Ania explotó y tiró su Yanny al suelo y la pisó con violencia.
-¡Pero si es idéntica! ¿qué haces?
-¡Yo no quiero a una idéntica a Yanny, yo quiero a Yanny!
-¡Serás caprichosa! ¡Que las hacen en una fábrica todas iguales!
Y Celia salió corriendo con su muñeca y Ania tras ella, queriendo alcanzarla.
No la alcanzó.
Sólo al volver Ania sobre sus pasos por el parque, entre llantos y desconsolada, vió a la Yanny impostora bocabajo, embadurnada en tierra polvorienta, junto al banco, maltrecha y dolorida, quizás herida, sola.
Ania detuvo su marcha, miró la muñeca, respiró, pero no pudo pasar de largo. La recogió, y le sonrió.
Sin esos labios rojos, sin blusa dorada, sin deportivo amarillo... qué lío... esta Yanny era más Yanny, en realidad, que su Yanny. No “era” ella, pero se parecía más a ella que ella a sí misma.
Aquel día Ania mirando a la antigua-nueva Yanni aprendió algo. Algo que yo no os sabría del todo explicar.
viernes, 20 de junio de 2008
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