miércoles, 7 de mayo de 2008

PEQUEÑÍSIMA HISTORIA DE AMOR Y DE CALCETINES

Me sucede a veces que no me sale emparejar los calcetines.
Tras recoger la ropa de la terraza me fastidia tener que buscarles el parecido a dos docenas de calcetines por detalles pro-presbicia como la forma de los bordes superiores, el relieve del tejido, o el gastado de las puntas... Es culpa mía, me los compro sólo y siempre de color negro.
Y siempre me sobra alguno, al que no le encuentro pareja, y a veces a dos... y hasta a tres...
Me dice mi vecina Laura que meto con prisas la ropa en la lavadora, que en el cesto de la ropa sucia los calcetines se pueden enredar entre las camisas a rayas, o extraviarse por entre las sábanas blancas, que yo no me concentro, dice, y que emparejar calcetines sólo-negros requiere una paciencia de abuelita, que yo no me fijo bien, que soy un despistado.
No sé otros, pero yo a los calcetines rebeldes y desparejados los guardo en un cajón aparte... Antes o después (lavadora antes o lavadora después -lo sé por experiencia-) se vuelven a emparejar.
Volando no se van.
Admito que hay épocas en que los desparejados llegan a cinco. Cuando son seis ya me preocupo..
Laura ha desarrollado la extraña teoría de que cuantas más nubes grises cubren mi vida, mi año, mi trimestre, o mi fin de semana, más calcetines huérfanos pueblan el cajón de los calcetines huérfanos. Tanto que últimamente cada vez que me visita, no me pregunta si estoy con alguien, si en estos días soy feliz o si tengo novia o pareja o amante, no, ella va directa a mi habitación, abre el cajón de los desparejados y cuenta: -A ver esta vez... uff, ¿siete? Pobrecito, estás depre ¿verdad? Anda cuéntame ¿cuántas mujeres te han dicho que no este mes?
Laura es una mujer segura, detallista, ordenada, y organiza su vida amorosa con precisión de relojería.
Eso hasta ayer.
Ayer apareció por mi casa sin ganas de hablar, los ojos rojos, noté que llevaba los botones de la rebeca disparejos en los ojales, y que calzaba un zapato negro y otro marrón. Me abrazó (nunca antes habíamos llegado a tanto...) y me intentó besar. Yo mantuve las distancias. Entonces corrió a mi cajón de los calcetines solitarios. No vio ninguno. Y lloró toda la tarde.