sábado, 26 de abril de 2008

LÓGICA

Falta sólo un minuto para que comience el examen de Lógica. Me apresuro por el reluciente pasillo, quiero llegar a tiempo. Me llama la atención un compañero -de treinta años o más, como yo- que camina hacia el aula 15 pero con una enorme y obligada torpeza. Decenas de estudiantes, cargados de carpetas y prisas, lo sobrepasan sin la menor piedad. "No, mejor no -pienso-, este chico sufre alguna discapacidad motora, avanza lento con sus muletas, cada paso para él será una conquista, odiará a los sanos, a los rápidos, a los normales". Así que reduzco la longitud de mis zancadas, no como los demás, que casi lo atropellan por llegar a tiempo a los exámenes...
Ya suena el timbre.
He dejado que el discapacitado llegue antes que yo al aula, me agrada pensar que por un día no llegará el último. Pretende abrir la puerta, pero en vano: con una muleta en cada brazo parece una misión imposible si no quiere perder el equilibrio o dejar caer los apuntes por el suelo. Giro yo el pomo, metiendo la mano desde su espalda y sonriéndole con cara de bueno. Él en cambio no me mira ni me dice palabra, sólo entra y cierra de inmediato con un sonoro portazo que por un milímetro no me destroza la nariz. Por la ventanuca, no contento, me hace un gesto desagradable, como de reprobación.

-¡Mierda! –exclaman por detrás dos compañeros que llegan jadeando al examen- ¡El lisiado ya ha entrado!
Los miro extrañado: ¿”El lisiado”?
-Vienes poco a clase tú ¿no? Sustituye al catedrático desde hace un mes y no permite que “nadie con piernas sanas” entre en el aula más tarde que él.
Giro la cabeza y observo por la ventanuca con qué dificultad mecánica el profesor discapacitado sube los tres escalones y alcanza el estrado. Reflexionando sólo un poco le veo toda la lógica a su razonamiento ortopédico-reivindicativo. Como también tiene una santa lógica que yo lo llame desde hoy -y como poco hasta el examen de septiembre- “el puto lisiado cabrón”.

Demasiado Planeta

Un soldado con turbante alza el rifle en señal de júbilo y celebra un cazabombardero abatido. A la derecha una manada de leones agazapados entre las hierbas acechan a un antílope. Corro hacia ellos, pero no los alcanzo. A la izquierda cientos de políticos encorbatados discuten, se acaloran, se agreden.
Es mi planeta, bate fuerte mi corazón, corro, sudo, intento cerrar los ojos pero no lo consigo, y sigo mirando, espectador obligado.
Una hermosa mujer dispara sobre su marido a pocos pasos de mí, y sólo a medio metro un bebé se traga una papilla sonriente y mofletudo; también veo una canoa que sortea peligros, río abajo, no muy lejos de una banda de flautistas que sueltan al aire sus alegres melodías. Me agito aún más y no dejo de correr, tres kilómetros ya, pero es aún poco: el planeta es grande.
Y ahora, donde estaban los leones veo una inundación devastadora, el lodo arrastra casas y árboles justo cuando, a sólo dos palmos, unos hombres negros saltan y encestan balones por un aro. Y corro hacia ellos y otra vez no los alcanzo. Y sudo todo y mi corazón bombea sangre a presión. Un automóvil gris atraviesa un desierto, una ciudad iluminada celebra la navidad, un médico palpa la celulitis de una señora obesa –no puedo más, quiero parar, me puede el cansancio, cinco kilómetros y ya he visto demasiado- y veo catedrales, y pulmones negros de nicotina, y venta de adosados a pie de playa... y corro y corro, y nunca llego...


Me detengo, de golpe... Aún respiro agitado... Me recupero... Poco a poco... Y desciendo al fin de la cinta.

Me seco la nuca con la toalla y bebo agua mineral. Miro el reloj: son las once y media: toca natación.
Espero que no hayan instalado también diez televisores en el fondo de la piscina...

Decía la verdad

-El prisionero sólo dice mentiras absurdas , Señor, que vive en la falda de una montaña, que carga con su familia, incluso, que lleva a su mujer en el corazón ¿quién puede creerle?, y dice no sé qué de ser un chivo expiatorio.
-¿Un “chivo expiatorio”? ¿por qué hablará así? Opino que no es más que un loco. Deseo no obstante oirlo hablar.
-¡Tú, prisionero, levántate! Puedes salvar tu vida, pero di al menos una sola frase coherente o que podamos entender.
-¡Jamás he manchado mis manos de sangre, señor! ¡Podéis poner Vos tranquilamente la mano en el fuego por mi inocencia!

-Es inútil, señor, ya lo oís Vos mismo, miente a cada instante, sigue delirando...
-Extraño personaje... ¡Responde!, ¿de qué tierras lejanas vienes? ¿Cómo llegaste a País Razón?
-Oh Señor, oh gran corona magnánima! ¡vengo de lejos, de País Imagen!
-¿"Gran corona"...me has llamado? ¿Cómo te atreves? Lleváoslo, y matadlo de inmediato... Es un loco o un endemoniado, ¿pero habéis entendido algo? ¿habéis captado el mínimo significado en sus palabras? ¿qué idioma hablará?
-País Imagen... uhm... Los sabios, Señor, cuentan que en esas tierras las personas se expresan con metáforas, con metonímias...
-...meta..¿qué? ¿Y qué son esas?

-Lo ignoro, señor, les preguntaré mañana...

Dos más


-¿Cuánto llevamos ya aquí...? ¡y cómo se mueve esto!
-No te quejes, hermano, y piensa bien adónde vamos... ¡al verdadero mundo de la opulencia!
-Pero ¿y el idioma? No sé ni una palabra...
-Bah, la lengua se aprende rápido... y encima seguro que nada más llegar nos tapan con una manta para que no pasemos frío y nos dan enseguida de comer. Comida de verdad, no como hasta ahora.
-¿Ves algo ya?
-Unas luces, me parece.
-Yo oigo como una sirena de policía. ¿Eso es malo?
-Será una ambulancia. Mira, el plan es este: nada más llegar empezaremos llorando, hermano, eso los enternece bastante. Después al rato trataremos de sonreir, eso también abre puertas. A falta de idioma, intentaremos caerles bien.
-¿Y si nos echan para atrás?
-Tonterías... estamos viviendo a su mundo porque nos necesitan: brazos fuertes para cuando ellos sean viejos.
-¿Has visto? hombres vestidos de verde... Ya nos esperan... ¿qué hacemos?
-¡Y cómo puedo saberlo! Venga... ha llegado la hora... tú haz lo que yo haga...

(Ya lloran los dos, cubiertos con mantas, enseguida les darán de comer.
-"Señora... han sido gemelos".)

Formato PC


Abrir Documento:
¿Señorita, ha probado usted la comida vietnamita?
Vista preliminar:

Permítale decirle que admiro el exquisito estilo oriental de su vestido
Buscar y Reemplazar:

O la hindú, tal vez... ¿le gustaría?
Contar palabras:

Es usted muy directo, ¿no le parece?
Ortografía y gramática:

¡Y qué brusco tratando a una mujer. ..!
Zoom:

Y deje de mirarme las piernas...
Seleccionar todo y Suprimir:

Olvídelo, señorita, haga como que no he dicho nada.
Guardar como:

“Naufragio.doc”
Código fuente:

Dice cenar y a saber qué esconde por dentro...
Control de cambios:
Y primero dice que china, después que hindú...
Comentarios:

Usted me parece un tipo indeciso.
Nueva ventana:

Ah, ya he concluido el informe pericial que me pidió
Cerrar ventana:

Era para mañana. Y no me cambie ahora de tema.
Recuperar Archivo:

Señorita, la estaba invitando a cenar...
Herramientas:

Se lo tengo que decir: usted me gusta... la que más de la sección...


Efectos de relleno:

...y sueño con sus ojos noche y día...
Pantalla completa:
...usted es todo para mí...
Bloquear elementos emergentes:
Cállese, por favor
Regla:
No salgo con los jefes,
Favoritos:
y me gustan los hombres con melenas y tatuajes.
Opciones:

Si al menos me tutearas...
Copiar y pegar:

Si al menos me tutearas... tú también.
Fecha y hora:

Entonces ¿el sábado a las diez?
Bordes y sombreados:

Uhm... ya veremos. no es tan fácil.
Subrayado:

No se lo prometo
Ayuda:
¿Puedo llevar a una amiga?


(Inicio. Apagar Equipo)






Espiando por la mirilla de la cerradura de la habitación de la princesa


... mírala, cómo se contonea delante del espejo, la tía... ni que fueras de sangre real para permitirte esos aires, rica... Quién se creerá que es, que ha llegado a palacio de lotería... Sí anda, acércate ahora más a él. Pero qué vergüenza si me pillaran aquí agachada y espiando... aunque es que hay cosas que ¡quién se las pierde! Y fíjate cómo la mira él, super embobado, el pobre. ¡Ostras! ¡si acaba de llevarle él a la boca una tortita con caviar y ella le chuperretea los dedos! Y parecía modosita la pareja, y quién sabe qué gustos lujuriosos y retorcidos se gastarán cuando no los veamos, aunque trabajar lo que se dice trabajar ella hasta ahora nada de nada... Verás, ¿y si abro la puerta, así en plan distraído, y les aguo la fiesta...? No, espera, qué divertido, ¡ ya se meten mano y todo! ¡Qué descarados!

-¿Pero qué haces? ¿espías? ¿estás loca? Es la una de la madrugada...
-Ven Felipe, mira ahí afuera, en los pasillos.
-A ver... ah, la sirvienta nueva, ¡con el jardinero...! ¡y se comen los canapés de la recepción!

La función de la literatura

El insólito fenómeno, del que jamás se ha dejado de hablar en el pueblo, ocurrió bajo la luz de las farolas, a las 23.46 de una noche calurosa de agosto. Los tres únicos testigos oculares del "prodigio" no han perdido una sola ocasión, desde entonces, para recrearse una y otra vez en los detalles ante los ebrios pero receptivos habituales del bar junto a cuya acera se apareció aquella virgen. Cuando elogiaban su rostro de bellísimo ángel confuso, o cuando alababan su grácil y delicado cuerpo envuelto en aquel leve sudor... ya todos solían abrir la boca maravillados. Cuentan que, viéndola aparecer, el primero de ellos no pudo engullir el trago de whisky atascado en la garganta, y que al segundo testigo el fósforo recién encendido le quemó el dedo, y que al tercero la boca abierta y los ojos salidos de sus órbitas le dejaron para siempre la cara de beodo idiota.

Y cuentan que desde aquella aparición hasta el día de hoy, noche tras noche -cerveza tras ron, mus tras póquer-, aquel bar de la esquina se constituyó en atento Observatorio Permanente a la espera de la Gran Réplica -la llamaban-, de la repetición del milagro, y que todos los clientes a cada instante -a la vez o por turnos, y con la mirada siempre alerta-, no perdieron jamás de vista el portal número 15 de la acera de enfrente, desde donde salió a pasear, para maravilla de los humildes, aquel portento.



La noche de la Gran Réplica, cinco veranos después, Inmaculada (la muchacha más guapa del pueblo por secreta votación alcohólica, y afecta desde la infancia de sonambulismo crónico) se volvió a pasear, durante cuarenta y seis segundos, desnuda sobre la calzada.

Pero quiso el destino, tan caprichoso e inexcrutable, que aquellos delicados pies descalzos dirigieran sus pasos hasta las cercanías del bar de los borrachos en el exacto minuto en que éstos, por una vez en años, le daban la espalda al número 15 de la calle, todos expectantes ante el lanzamiento del penalti con el que Raúl, en los minutos del descuento, le daría la victoria a la selección, y el ansiado pase a semifinales.

Ella, piel desnuda y cabellos revueltos –una valquiria morena, hija extraviada de algún dios- caminaba desorientada sobre la acera, entre motos aparcadas y un semáforo inútilmente guiñando en ámbar. El aullido improviso del gol casi la devuelve del sueño a la vida, en cambio sólo cambió la dirección, y a pasos lentos y vacilantes, retomó el camino de su casa.

Por detrás, caminando lenta y desnuda Inmaculada...: una deidad transatlántica.

Tan sólo un segundo después de la Gran Réplica, los clientes del bar giraron de nuevo sus sillas hacia el número 15 de la calle, se encendieron un cigarrillo satisfechos por la histórica proeza deportiva, y se dispusieron a seguir montando guardia, quién sabe si para cinco años más.

El verdadero prodigio se había producido tras ellos, y ningún presente pudo verlo ni contarlo, para gozo y regocijo de los ojos y oídos de los habitantes del pueblo.

No es justa tanta maldad del destino con los humanos. Por eso yo, que no estaba allí, ni nunca estuve ni acaso jamás estaré, os lo cuento escrupulosamente tal y como ocurrió.

Y habrá quien diga que la literatura no sirve para nada..

...

Nada es lo que parece

Los dos clientes la miraban con descaro, a ocho metros, desde un cómodo sofá del Ritz, y ella les correspondía con lánguidas caídas de ojos, con coquetos sorbos a su copa de vermut, con una estudiada y tímida sonrisa.
“Te digo que parece una fulana”
“Ya lo creo... fíjate qué minifalda de brillos”
“Yo diría que es búlgara, o rusa... o ¿te imaginas que sea la hija de una condesa zarista?”
“De los títulos quién se fía, engañan siempre”
Absortos, miraban cómo la mujer se recolocaba una y otra vez su larga melena rubia. Ella les volvió a mirar y a sonreír desde el fondo del salón, pasaba la yema de los dedos por el borde azucarado de su copa que después posaba delicadamente sobre sus labios, muy rojos, y bebía sin dejar de mirarlos.
“Mira, ¿sabes? ésta se nos sube a la habitación a poco que insistamos...”
“Si tú eres capaz de acercarte.., porque yo no me atrevo.”
La mujer sacó un cigarrillo de su pitillera, se levantó con un gesto delicado y avanzó majestuosa sobre la alfombra a pasos decididos hacia ellos.
“Que viene...”
-¿Tú fuego, chicos? ¿tú buen rato conmigo? Poco dinero.
-¿Cómo te llamas? Your name...
-Yo polaca... Me llamo Nada.






La bala


Soy la bala que va a atravesar el cerebro del soldado, no inmediatamente, aún me queda un largo segundo de tiempo de viaje en trayectoria recta, pero ya hacia su trinchera fangosa me dirijo silbando, hacia su cráneo excesivamente frágil que no resistirá mi velocidad de proyectil puntiagudo que gira y gira.


Dicen que el cráneo de los humanos esconde una masa que mueve al resto del cuerpo, y que esa masa se sabe a sí mismo, que recuerda el pasado y que imagina el futuro, eso dicen del cerebro... pero yo sólo soy una bala: metal recalentado y prisas por llegar.


Ya estoy cerca, muy cerca, y si miro ante mí adivino el espacio entre sus cejas por donde no voy a poder evitar colarme y causar muchos destrozos, ¿y cómo puedo ser yo tan importante? ¿cómo algo tan diminuto puede salpicar tanta sangre y detener tanto músculo y quebrar tanto hueso y tantos nervios y tejidos en movimiento?


Eso una bala no lo entiende.


Más cerca ya, ya siento su palidez, ya casi huelo su miedo... me mira, creo, el soldado... y no se mueve... ¡Pero muévete, soldado! Que voy... ¡apártate! No puede moverse, ya sé que es poco tiempo, que un segundo para una bala es el tiempo de toda una vida, mientras que para el soldado es menos que la casi nada.


¡Contacto!


He llegado..., ya rozo, y ya agujereo, ya he sobrepasado el hueso, y ya quemo y penetro por su piel de mantequilla, y ya me he detenido –al fin- en su masa cerebral, espesa, arrugada y gris, como me habían contado.


Qué silencio aquí.


Y qué extraño, no ocurre nada... Nada se mueve, el soldado no se inmuta, ninguna catástrofe reseñable, ningún grito de queja o de dolor.


Sólo percibo, cuando me tranquilizo, que he impactado contra algo metálico, como yo, alargado y en punta y que, como yo, aún quema.

Ha debido de llegar, imagino, un rato antes.


(Historia de una bala que cuenta la breve historia de su vida creyendo ser, en vano, la protagonista en la muerte de un soldado)