martes, 2 de diciembre de 2008

MORFOLOGIA HUMANA I












Hasta el año 2086 la Tierra fue un lugar habitable. Fueron los descubrimientos y prácticas médicas del doctor Denzler-Lytt los que marcaron para los anales del planeta el comienzo del fin de la civilización.
Es mi opinión.
Naturalmente me refiero a la I.C.M. ¿de qué otra cosa hablan ya los humanos desde hace dos décadas? ¡el humano, y su maldita escalada hedonista!
¿Alguien me escucha? ¿alguien me lee? ¿Hay alguien ahí afuera?
Por desgracia, me temo, no hay marcha atrás...

* * *

¿Quién se acuerda ya de las drogas? Te las tragabas, inyectabas, inhalabas, bebías, aplicabas... y hasta era divertido. Cosas de otros tiempos, entretenimientos inocentes.

En el año 2093 yo también me sometí a una I.C.M. y tras 20 minutos de Intervención Cerebral de Memoria ya nada se repite, y el milagro se produce, es decir, puedes revivir a voluntad una y mil veces cualquier momento pasado con sólo concentrarte en él.
El cerebro operado recuerda el placer y lo reproduce. No tan sólo lo recuerda. Repito. Lo re-pro-du-ce. Momentos idénticos a como fueron sentidos, y con la misma intensidad.
Ya..., claro...,
por eso
aquí afuera
todo ha sido caos
en el planeta Tierra.

* * *


Hace ya 20 años, en 2098, el plan I.C.M. fue abolido, prohibido, perseguido, masacrado por todos los rincones del planeta, y fueron encerrados o aniquilados los humanos a él sometidos, pero ¿a qué engañarnos? no todos fuimos localizados y, que sepamos, aún se operan cerebros en clandestinidad. Al fin y al cabo nuestro aspecto externo es del todo idéntico a los humanos de cerebros naturales.
Mirad a ese... tirado en un callejón, solitario, los ojos semi-cerrados, mueve la boca masticando aire... es de los míos... andará reviviendo -por centésima vez, quién sabe- aquella sabrosa chuleta crujiente de hace años. Mirad a esa otra detrás del árbol... lanza grititos, resopla, se ríe fuerte... andará bajando por la montaña rusa mientras enfila el vagón la curva más pronunciada...
Están locos... , en plena calle, si los pilla la policía los retiran para siempre...

* * *
El plan I.C.M. aniquila un elemento básico del cerebro humano, es decir: las ganas de hacer (otra vez...) lo que ya hicimos (sólo una vez...) y que nos gustó. Y también aniquila las ganas de ser feliz haciendo (de forma distinta...) lo que nos gustó pero que ya no nos entusiasma (porque todo siempre igual, al final, aburre...).
Al menos eso dicen hoy los Psicólogos Reunidos del Mundo, que los humanos somos así, y que por eso avanza la civilización...
Nosotros los operados, no. Ya hemos dejado de querer, de buscar, de crear... de desear. Con un orgasmo bien logrado hace 10 años ya no necesitas ninguna nueva pareja, ni más emociones, ni una sola piel más que adorar, con la que soñar o a la que restregarte. Te concentras y lo vuelves a disfrutar... No hay doblez: es la felicidad.
¿Pero quién nos trajo ese virus? Maldigo mil veces la memoria de Denzel-Lytt, que nos ha prostrado a la soledad de la autosuficiencia. ¿Saldremos de esta los humanos operados?
Ahí, detrás de la tapia... sí, ahí me voy... Déjenme... esta vez, no sé... o sí sé... : mi primera vez con Yvanna... Ya llega... sì... miradla...hermosísima... “hola Yvanna, llueve ¿has visto cuánto? Te llevo a casa, tengo el coche ahí mismo...”



EN 2115 SE LOGRÓ ERRADICAR DEL PLANETA TIERRA LOS EFECTOS DEL I.C.M. LOS CIENTÍFICOS LOGRARON AL FIN INOCULAR EN LOS ÚLTIMOS CEREBROS OPERADOS UNA SUSTANCIA GENERADORA DE ABURRIMIENTO TRAS CUALQUIER EVOCACIÓN CEREBRAL PLURIRREPETIDA. ESOS HUMANOS DESDICHADOS CONTINUARON, SÍ, REMEMORANDO SENSACIONES CON LA FRESCURA DE LA PRIMERA VEZ, PERO TRAS CINCO O DIEZ EVOCACIONES SOBREVENÍA INDEFECTIBLEMENTE UNA EXTRAÑA Y NOVEDOSA SENSACIÓN: EL ABURRIMIENTO.
ELLO LES HIZO VOLVER A INTERESARSE POR LO NUEVO, POR LO DESCONOCIDO.
Y VOLVIERON A NECESITAR A LOS DEMÁS Y A TENER QUE MOVER PARA ELLO LOS PIES EN CUALQUIER MALDITA DIRECCIÓN CARDINAL.

TUVIERON QUE REGRESAR AL NIDO HUMANO.

domingo, 5 de octubre de 2008

DESDE EL OTRO LADO


Y es que Lolita vivía en el Cuento, y no había noche en que no merodearan dragones alados por su ventana, en la más alta torre del castillo, desde donde ella se asomaba para extasiarse cuando expedían con rabia el fuego por la nariz. Y cada mañana un hada suspendida a media altura entre el techo y el suelo la vestía con la magia de su larga varita entre el alegre revoloteo de los vestidos y los zapatos y los corpiños y las medias.
-¿Qué tenía que hacer yo esta noche, hada?, no me acuerdo...
-Hoy tienes banquete con baile, mi niña, y mañana un torneo de caballeros, y el sábado asistirás a la boda de un príncipe. Así que prepara tu mejor diadema.
-¡Qué guapa estás esta mañana, Lolita! –le habló la lechuza que la observaba desde la repisa de la gran chimenea.
-Oh, cállate, que hoy no tengo tiempo de parloteos contigo...

Pero Lolita -mente vivaracha y vendida a la fantasía- inventaba y recreaba con obsesión su otro mundo, ese con el que su madre solía entretenerla, sobre todo para hacerla dormir por las noches.
-Mamá, léeme una Realidad, si no no me duermo...
-Pero Lola –se lamentaba como cada noche su madre- tienes ya edad de novio o de marido, no de Realidades.
-Cuéntame otra vez esa del avión siniestrado... o no..., ¡la de levantarse a las seis y media para ir a una fábrica a apretar tornillos! ... jaja ... o no... ¡el de la dama que fracasó en tres matrimonios y se emborrachaba para olvidar!
-Vaale... hija mía... pero ya tienes casi quince años, y así te llenas la cabeza de patrañas.... Esas cosas no existen, ya te lo he dicho mil veces, no son más que Realidades....
Y su madre le llenó la cabeza, una vez más a Lolita, de historias de hombres infieles, de mujeres con pechos de silicona y de celulitis que no hay forma de eliminar, de apresuradas bodas en el barrio con barrigas de siete meses... de bobas Realidades.

Un buen día... -no... mejor, varios años después- Lola, de la que se comentaba en palacio que desvariaba y que hasta negó delante del mismo rey la existencia de los gnomos, de los filtros de amor y de los monstruos fantasmales ¡aún teniéndolos delante, y escuchando testimonio de su mágicos efectos, y sintiendo su presencia aterradora!!, un buen día, cuentan, se enamoró de un noble caballero del condado; noble, caballero y del condado, sí, pero más loco que ella.
-El mundo Realidad existe, -le susurró aquella tarde en su oreja aquel hidalgo de visita en palacio- lo demás es puro cuento.
-¿Pero Vos habéis estado allí?
-Allí no se habla de Vos... –la corrigió con dulzura- sino de “oye tú, o colega, o tronco”
Ella lo miraba embobada.
.¡”oye tu...” qué maravilla...!
Y después no dejaba de preguntar.
-¿Y es verdad que los casados “sufren”?
-Del todo cierto... y se matan embriagados de odio, si hace falta.
-¿Qué es el odio?
-No lo sé muy bien... venid conmigo y lo descubriremos.
-¿Pero me amaréis eternamente si huyo con Vos?
-Allí, en Realidad, os lo advierto, sólo se aman eternamente los que viven en el Cuento.

Viajar hasta Realidad no les fue difícil (aunque permítanme que no les revele el secreto...) , y allí Lola descubrió que el caballero efectivamente no le había engañado, y que simultaneaba relaciones con dos o tres amantes. Pensar en ello día y noche le estaba empezando a destrozar ya el estómago. Amantes a las que él (en Realidad) no amaba del todo. Él de verdad suspiraba por una mujer, la más hermosa e inmaculada, mujer que a su vez lo ignoraba. Él sólo la contemplaba, de lejos, y sufría por su ausencia.
El caballero era infeliz.
Las amantes eran infelices.
Lola era infeliz.
-¡Necesito un final feliz!! –gritaba un día arriba y abajo Lola por su habitación mientras apagaba nerviosa el cigarrillo y apuraba el último trago de whisky. Miró a un pajarillo apostado en la ventana, le preguntó cómo volver al Cuento, pero sólo consiguió que saliera volando sin más.
-Pero mi niña... –le dijo el caballero que apenas volvía de la calle con una rubia más joven y más hermosa que ella (otra amante más, y encima más inteligente, y más dulce, y más cariñosa y comprensiva que Lola... en Realidad las peores pesadillas se cumplen) ¡no puedes volver a un sitio que no existe!
-¿Cómo no existe? ¡Te conocí allí! ¡Quiero volver!
La mujer rubia y hermosa la miró, y después miró confundida al caballero.
-No le hagas caso.... está así desde que se le agotaron las pastillas. Lola, no me enfades, y mañana que te las recete el doctor... ¿te enteras? de un gramo, si puede ser... Este mundo no le sienta bien a todos.

miércoles, 30 de julio de 2008

PREHISTORIA SIN PRELAVADO






La Historia se entiende mal, hay lagunas, incertezas, inexactitudes, pero ¿qué me dicen ustedes de la Prehistoria?

Por octubre, a la vuelta de la facultad, tendía yo mi ropa en el patio interior de mi edificio de doce plantas. Desde la lavadora transporto la ropa húmeda en un badil, que no cabe de ninguna manera en el espacio estrechísimo entre la pared y el balconcillo del que parten las cuerdas correderas, así que siempre me veo obligado a sostener con un muslo ese recipiente cargado de ropa, en posición incómoda y casi acrobática.
Aquel día de octubre me entretuve mentalmente –mientras colocaba las pinzas a mis camisas y pantalones y calcetines y demás- en darle vueltas a la pregunta que formulé aquella mañana en la clase de Prehistoria, a saber: ¿por qué el humano tardó cientos de miles de años -nada menos, miles de siglos!- en perfeccionar el aguzado de las piedras que usaban como cuchillo para rasgar pieles o para fabricar útiles? ¿No era demasiado tiempo para algo tan fácil?
El catedrático me respondió con evasivas, o sería que yo no entendí sus tecnicismos, o, casi seguro, que él no se plantea idioteces del estilo.

A ver, desde el periodo en que el humano paleolítico con tres golpes de un pedruzco sobre otro pedruzco comenzó a fabricar herramientas ligeramente cortantes –de un afilado insultante, vaya, un bifax de esos, con el que podrían jugar sin peligro hoy los niños de una guardería-, hasta el periodo en que los humanos neolíticos llegaron a diseñar esos inquietantes cuchillos de piedra que rasgan la panza de un oso muerto con un corte limpio como de autopsia con bisturí... pues, digo, transcurrieron la nadería de cientos de miles de años. Me pregunto cómo le daban aquellos primeros desganados primitivos a una piedra tres cansinos golpes y se quedaban contentos mesándose la barba: ¡dadle treinta golpes, homo, ochenta, a la piedra! ¿o qué tenéis que hacer toda una tarde de lluvia metidos en una cueva?

Por abril, también tendía yo mi ropa -en mi semanal lucha contra el badil cargado de ropa siempre a punto de caerse al suelo y en equilibrio inestable entre mi muslo y la pared...- pero mi cerebro se había automatizado sin remedio (automatizado, obsesionado, enquistado...) : era colocar las pinzas sobre los calcetines, y, maniático perdido, pensar y pensar en el misterio de cómo pudieron emplear nuestros antepasados nada menos que cientos de siglos en pasar desde ese par de toscos golpes sobre un pedruzco hasta la fina y selecta colección de amenazadoras puntas de flecha y navajas y gruesas agujas hipercortantes. Si total, ¡era todo piedra!

En junio ¡plaf!, mismos pensamientos al tender la ropa, pero el badil con toda mi ropa, húmeda y delicada, cayó al suelo del habitáculo junto a la lavadora –sucísimo suelo, además: que yo sepa jamás lo habíamos barrido ni fregado en todo un año-.
-¡Mira que eres bruto! ¿por qué te empeñas en tender así la ropa?
Mi compañero de piso, masticando desganado una tostada con margarina, negaba con la cabeza sentado en la cocina.
-¿Tender cómo? ¿tú cómo haces?
-¡Hay que joderse, macho!, yo no uso el badil, que eres tonto... yo saco la ropa de la lavadora, la coloco justo encima y abro el ventanuco. Y desde donde tú te encuentras justo ahora metes el brazo y sacas hacia fuera tranquilamente cada prenda...
Miro desde el habitáculo, como un idiota confuso, a mi compañero a través del ventanuco, alargo el brazo y alcanzo y palpo con disimulo pero sin esfuerzo la tapa superior de la lavadora . Tras siete meses de ejercicios acrobáticos muslo-badil-pared- en el habitáculo de los productos de limpieza, y tras treinta lavados con sus treinta prelavados, sólo aquella mañana abandoné al fin el bruto paleolítico para abrazar el refinado y civilizado neolítico.

La evolución hacia la perfección, por sí sola -pienso,- es mentira. La Historia avanza a base de simples accidentes fortuitos que derrotan la dañina y humana fuerza de la costumbre.

viernes, 20 de junio de 2008

AMOR, PROPIEDAD, HURTO..... Y ALGO QUE YO NO OS SABRÍA EXPLICAR

-¡Qué linda muñequita! ¿Es la Nancy?
-No, es Yanny... una nueva... ¿tú no juegas con muñecas?
-No... ¿cómo se juega?
La pequeña Ania hablaba sin despegar su mirada de su muñeca, que sentaba sobre el banco del parque doblándole la bisagra interna del tronco y colocándole bien la falda por debajo de sus perfectas rodillas de plástico. Después simulaba que le daba de comer con voz de madre tonta “venga, una cucharada más” ... y, terminado el imaginario plato, la agarraba como King Kong a la bella rubia de Hollywood observándola inquieta desde muy cerca. Ya entonces no podía evitar besarla con mucha dulzura pero a ráfagas aceleradas.
-La quieres mucho, ¿no?
-Claro... es mi muñeca.
-¿Me la prestas? En mi casa no tengo.
¿Prestarla? Ania dudó un instante y perdió la mirada: ¿se prestan las muñecas? O sí, ¿por qué no? Como quien duerme una noche en casa de la tita.
-¿Pero me la traerás mañana...?
-Claro.

A la tarde siguiente se volvieron a encontrar en el mismo banco del parque. La muñeca Yanny era la misma, pero Ania notó algo nuevo en ella.
-Hola.. ¿ves? aquí la tienes ... le he pintado los labios de rojo con un pincelito. Está más guapa, ¿no?
Estaba más guapa, es posible, pero a Ania le gustó menos (así podemos ser los humanos)
-¿Cómo te llamas?
-Celi. ¿Quieres que seamos amigas?
-Claro.
-Así Yanny tendrá dos mamás, dijo Celi. Además, mira... ayer le compré esta blusa dorada, ¿se la ponemos?

Ania pasó de ser la madre de su muñeca, a ser co-mamá con Celi de su muñeca maquillada y con vestidito nuevo. Los labios rojos y la blusa dorada le quedaban bien, vale, Ania lo que no soportaba era ver la boca de Celi sobre la cara y el cuerpo de Yanny. Además, a Yanny no le podían gustar esos besos tan mal dados...
Un día más tarde Yanny estrenaba, por patrocinio de su reciente co-mamá, un coche deportivo amarillo, con puertas de verdad y maletero, y Celi ya no la llamaba “tu muñeca” sino sólo “la muñeca”.
Aquella tarde Celi acunaba a Yanny para dormirla cuando le preguntó susurrando “¿a quién quieres más, a mamá-Ania o a mamá-Celi?", y sólo ella escuchó su respuesta imaginaria acercando mucho el oído a sus labios barnizados.
-¡Ha dicho que a mí! ¡ha dicho que a mí!
Ania, aterrorizada por la deslealtad de Yanny, dio unos pasos atrás y corrió desalentada.

A la tarde siguiente lo inesperado: Celia, mientras abrazaba a Yanny como quien abraza a una indiscutible propriedad, sacó de dentro de su abrigo un paquete para Ania.
-Es para ti, ábrelo.
Ania, desconfiando, lo abrió despacio pero expectante.
Era otra Yanny. Nueva. En su caja.
Sonrió levemente, la sacó con ternura del cartonaje, intentó acunarla.... pero cuando miró de reojo cómo Celia besaba a Yanny, Ania explotó y tiró su Yanny al suelo y la pisó con violencia.
-¡Pero si es idéntica! ¿qué haces?
-¡Yo no quiero a una idéntica a Yanny, yo quiero a Yanny!
-¡Serás caprichosa! ¡Que las hacen en una fábrica todas iguales!

Y Celia salió corriendo con su muñeca y Ania tras ella, queriendo alcanzarla.
No la alcanzó.
Sólo al volver Ania sobre sus pasos por el parque, entre llantos y desconsolada, vió a la Yanny impostora bocabajo, embadurnada en tierra polvorienta, junto al banco, maltrecha y dolorida, quizás herida, sola.
Ania detuvo su marcha, miró la muñeca, respiró, pero no pudo pasar de largo. La recogió, y le sonrió.
Sin esos labios rojos, sin blusa dorada, sin deportivo amarillo... qué lío... esta Yanny era más Yanny, en realidad, que su Yanny. No “era” ella, pero se parecía más a ella que ella a sí misma.

Aquel día Ania mirando a la antigua-nueva Yanni aprendió algo. Algo que yo no os sabría del todo explicar.

miércoles, 7 de mayo de 2008

PEQUEÑÍSIMA HISTORIA DE AMOR Y DE CALCETINES

Me sucede a veces que no me sale emparejar los calcetines.
Tras recoger la ropa de la terraza me fastidia tener que buscarles el parecido a dos docenas de calcetines por detalles pro-presbicia como la forma de los bordes superiores, el relieve del tejido, o el gastado de las puntas... Es culpa mía, me los compro sólo y siempre de color negro.
Y siempre me sobra alguno, al que no le encuentro pareja, y a veces a dos... y hasta a tres...
Me dice mi vecina Laura que meto con prisas la ropa en la lavadora, que en el cesto de la ropa sucia los calcetines se pueden enredar entre las camisas a rayas, o extraviarse por entre las sábanas blancas, que yo no me concentro, dice, y que emparejar calcetines sólo-negros requiere una paciencia de abuelita, que yo no me fijo bien, que soy un despistado.
No sé otros, pero yo a los calcetines rebeldes y desparejados los guardo en un cajón aparte... Antes o después (lavadora antes o lavadora después -lo sé por experiencia-) se vuelven a emparejar.
Volando no se van.
Admito que hay épocas en que los desparejados llegan a cinco. Cuando son seis ya me preocupo..
Laura ha desarrollado la extraña teoría de que cuantas más nubes grises cubren mi vida, mi año, mi trimestre, o mi fin de semana, más calcetines huérfanos pueblan el cajón de los calcetines huérfanos. Tanto que últimamente cada vez que me visita, no me pregunta si estoy con alguien, si en estos días soy feliz o si tengo novia o pareja o amante, no, ella va directa a mi habitación, abre el cajón de los desparejados y cuenta: -A ver esta vez... uff, ¿siete? Pobrecito, estás depre ¿verdad? Anda cuéntame ¿cuántas mujeres te han dicho que no este mes?
Laura es una mujer segura, detallista, ordenada, y organiza su vida amorosa con precisión de relojería.
Eso hasta ayer.
Ayer apareció por mi casa sin ganas de hablar, los ojos rojos, noté que llevaba los botones de la rebeca disparejos en los ojales, y que calzaba un zapato negro y otro marrón. Me abrazó (nunca antes habíamos llegado a tanto...) y me intentó besar. Yo mantuve las distancias. Entonces corrió a mi cajón de los calcetines solitarios. No vio ninguno. Y lloró toda la tarde.

sábado, 26 de abril de 2008

LÓGICA

Falta sólo un minuto para que comience el examen de Lógica. Me apresuro por el reluciente pasillo, quiero llegar a tiempo. Me llama la atención un compañero -de treinta años o más, como yo- que camina hacia el aula 15 pero con una enorme y obligada torpeza. Decenas de estudiantes, cargados de carpetas y prisas, lo sobrepasan sin la menor piedad. "No, mejor no -pienso-, este chico sufre alguna discapacidad motora, avanza lento con sus muletas, cada paso para él será una conquista, odiará a los sanos, a los rápidos, a los normales". Así que reduzco la longitud de mis zancadas, no como los demás, que casi lo atropellan por llegar a tiempo a los exámenes...
Ya suena el timbre.
He dejado que el discapacitado llegue antes que yo al aula, me agrada pensar que por un día no llegará el último. Pretende abrir la puerta, pero en vano: con una muleta en cada brazo parece una misión imposible si no quiere perder el equilibrio o dejar caer los apuntes por el suelo. Giro yo el pomo, metiendo la mano desde su espalda y sonriéndole con cara de bueno. Él en cambio no me mira ni me dice palabra, sólo entra y cierra de inmediato con un sonoro portazo que por un milímetro no me destroza la nariz. Por la ventanuca, no contento, me hace un gesto desagradable, como de reprobación.

-¡Mierda! –exclaman por detrás dos compañeros que llegan jadeando al examen- ¡El lisiado ya ha entrado!
Los miro extrañado: ¿”El lisiado”?
-Vienes poco a clase tú ¿no? Sustituye al catedrático desde hace un mes y no permite que “nadie con piernas sanas” entre en el aula más tarde que él.
Giro la cabeza y observo por la ventanuca con qué dificultad mecánica el profesor discapacitado sube los tres escalones y alcanza el estrado. Reflexionando sólo un poco le veo toda la lógica a su razonamiento ortopédico-reivindicativo. Como también tiene una santa lógica que yo lo llame desde hoy -y como poco hasta el examen de septiembre- “el puto lisiado cabrón”.

Demasiado Planeta

Un soldado con turbante alza el rifle en señal de júbilo y celebra un cazabombardero abatido. A la derecha una manada de leones agazapados entre las hierbas acechan a un antílope. Corro hacia ellos, pero no los alcanzo. A la izquierda cientos de políticos encorbatados discuten, se acaloran, se agreden.
Es mi planeta, bate fuerte mi corazón, corro, sudo, intento cerrar los ojos pero no lo consigo, y sigo mirando, espectador obligado.
Una hermosa mujer dispara sobre su marido a pocos pasos de mí, y sólo a medio metro un bebé se traga una papilla sonriente y mofletudo; también veo una canoa que sortea peligros, río abajo, no muy lejos de una banda de flautistas que sueltan al aire sus alegres melodías. Me agito aún más y no dejo de correr, tres kilómetros ya, pero es aún poco: el planeta es grande.
Y ahora, donde estaban los leones veo una inundación devastadora, el lodo arrastra casas y árboles justo cuando, a sólo dos palmos, unos hombres negros saltan y encestan balones por un aro. Y corro hacia ellos y otra vez no los alcanzo. Y sudo todo y mi corazón bombea sangre a presión. Un automóvil gris atraviesa un desierto, una ciudad iluminada celebra la navidad, un médico palpa la celulitis de una señora obesa –no puedo más, quiero parar, me puede el cansancio, cinco kilómetros y ya he visto demasiado- y veo catedrales, y pulmones negros de nicotina, y venta de adosados a pie de playa... y corro y corro, y nunca llego...


Me detengo, de golpe... Aún respiro agitado... Me recupero... Poco a poco... Y desciendo al fin de la cinta.

Me seco la nuca con la toalla y bebo agua mineral. Miro el reloj: son las once y media: toca natación.
Espero que no hayan instalado también diez televisores en el fondo de la piscina...

Decía la verdad

-El prisionero sólo dice mentiras absurdas , Señor, que vive en la falda de una montaña, que carga con su familia, incluso, que lleva a su mujer en el corazón ¿quién puede creerle?, y dice no sé qué de ser un chivo expiatorio.
-¿Un “chivo expiatorio”? ¿por qué hablará así? Opino que no es más que un loco. Deseo no obstante oirlo hablar.
-¡Tú, prisionero, levántate! Puedes salvar tu vida, pero di al menos una sola frase coherente o que podamos entender.
-¡Jamás he manchado mis manos de sangre, señor! ¡Podéis poner Vos tranquilamente la mano en el fuego por mi inocencia!

-Es inútil, señor, ya lo oís Vos mismo, miente a cada instante, sigue delirando...
-Extraño personaje... ¡Responde!, ¿de qué tierras lejanas vienes? ¿Cómo llegaste a País Razón?
-Oh Señor, oh gran corona magnánima! ¡vengo de lejos, de País Imagen!
-¿"Gran corona"...me has llamado? ¿Cómo te atreves? Lleváoslo, y matadlo de inmediato... Es un loco o un endemoniado, ¿pero habéis entendido algo? ¿habéis captado el mínimo significado en sus palabras? ¿qué idioma hablará?
-País Imagen... uhm... Los sabios, Señor, cuentan que en esas tierras las personas se expresan con metáforas, con metonímias...
-...meta..¿qué? ¿Y qué son esas?

-Lo ignoro, señor, les preguntaré mañana...

Dos más


-¿Cuánto llevamos ya aquí...? ¡y cómo se mueve esto!
-No te quejes, hermano, y piensa bien adónde vamos... ¡al verdadero mundo de la opulencia!
-Pero ¿y el idioma? No sé ni una palabra...
-Bah, la lengua se aprende rápido... y encima seguro que nada más llegar nos tapan con una manta para que no pasemos frío y nos dan enseguida de comer. Comida de verdad, no como hasta ahora.
-¿Ves algo ya?
-Unas luces, me parece.
-Yo oigo como una sirena de policía. ¿Eso es malo?
-Será una ambulancia. Mira, el plan es este: nada más llegar empezaremos llorando, hermano, eso los enternece bastante. Después al rato trataremos de sonreir, eso también abre puertas. A falta de idioma, intentaremos caerles bien.
-¿Y si nos echan para atrás?
-Tonterías... estamos viviendo a su mundo porque nos necesitan: brazos fuertes para cuando ellos sean viejos.
-¿Has visto? hombres vestidos de verde... Ya nos esperan... ¿qué hacemos?
-¡Y cómo puedo saberlo! Venga... ha llegado la hora... tú haz lo que yo haga...

(Ya lloran los dos, cubiertos con mantas, enseguida les darán de comer.
-"Señora... han sido gemelos".)

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¿Señorita, ha probado usted la comida vietnamita?
Vista preliminar:

Permítale decirle que admiro el exquisito estilo oriental de su vestido
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O la hindú, tal vez... ¿le gustaría?
Contar palabras:

Es usted muy directo, ¿no le parece?
Ortografía y gramática:

¡Y qué brusco tratando a una mujer. ..!
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Y deje de mirarme las piernas...
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Olvídelo, señorita, haga como que no he dicho nada.
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“Naufragio.doc”
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Dice cenar y a saber qué esconde por dentro...
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Y primero dice que china, después que hindú...
Comentarios:

Usted me parece un tipo indeciso.
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Ah, ya he concluido el informe pericial que me pidió
Cerrar ventana:

Era para mañana. Y no me cambie ahora de tema.
Recuperar Archivo:

Señorita, la estaba invitando a cenar...
Herramientas:

Se lo tengo que decir: usted me gusta... la que más de la sección...


Efectos de relleno:

...y sueño con sus ojos noche y día...
Pantalla completa:
...usted es todo para mí...
Bloquear elementos emergentes:
Cállese, por favor
Regla:
No salgo con los jefes,
Favoritos:
y me gustan los hombres con melenas y tatuajes.
Opciones:

Si al menos me tutearas...
Copiar y pegar:

Si al menos me tutearas... tú también.
Fecha y hora:

Entonces ¿el sábado a las diez?
Bordes y sombreados:

Uhm... ya veremos. no es tan fácil.
Subrayado:

No se lo prometo
Ayuda:
¿Puedo llevar a una amiga?


(Inicio. Apagar Equipo)






Espiando por la mirilla de la cerradura de la habitación de la princesa


... mírala, cómo se contonea delante del espejo, la tía... ni que fueras de sangre real para permitirte esos aires, rica... Quién se creerá que es, que ha llegado a palacio de lotería... Sí anda, acércate ahora más a él. Pero qué vergüenza si me pillaran aquí agachada y espiando... aunque es que hay cosas que ¡quién se las pierde! Y fíjate cómo la mira él, super embobado, el pobre. ¡Ostras! ¡si acaba de llevarle él a la boca una tortita con caviar y ella le chuperretea los dedos! Y parecía modosita la pareja, y quién sabe qué gustos lujuriosos y retorcidos se gastarán cuando no los veamos, aunque trabajar lo que se dice trabajar ella hasta ahora nada de nada... Verás, ¿y si abro la puerta, así en plan distraído, y les aguo la fiesta...? No, espera, qué divertido, ¡ ya se meten mano y todo! ¡Qué descarados!

-¿Pero qué haces? ¿espías? ¿estás loca? Es la una de la madrugada...
-Ven Felipe, mira ahí afuera, en los pasillos.
-A ver... ah, la sirvienta nueva, ¡con el jardinero...! ¡y se comen los canapés de la recepción!

La función de la literatura

El insólito fenómeno, del que jamás se ha dejado de hablar en el pueblo, ocurrió bajo la luz de las farolas, a las 23.46 de una noche calurosa de agosto. Los tres únicos testigos oculares del "prodigio" no han perdido una sola ocasión, desde entonces, para recrearse una y otra vez en los detalles ante los ebrios pero receptivos habituales del bar junto a cuya acera se apareció aquella virgen. Cuando elogiaban su rostro de bellísimo ángel confuso, o cuando alababan su grácil y delicado cuerpo envuelto en aquel leve sudor... ya todos solían abrir la boca maravillados. Cuentan que, viéndola aparecer, el primero de ellos no pudo engullir el trago de whisky atascado en la garganta, y que al segundo testigo el fósforo recién encendido le quemó el dedo, y que al tercero la boca abierta y los ojos salidos de sus órbitas le dejaron para siempre la cara de beodo idiota.

Y cuentan que desde aquella aparición hasta el día de hoy, noche tras noche -cerveza tras ron, mus tras póquer-, aquel bar de la esquina se constituyó en atento Observatorio Permanente a la espera de la Gran Réplica -la llamaban-, de la repetición del milagro, y que todos los clientes a cada instante -a la vez o por turnos, y con la mirada siempre alerta-, no perdieron jamás de vista el portal número 15 de la acera de enfrente, desde donde salió a pasear, para maravilla de los humildes, aquel portento.



La noche de la Gran Réplica, cinco veranos después, Inmaculada (la muchacha más guapa del pueblo por secreta votación alcohólica, y afecta desde la infancia de sonambulismo crónico) se volvió a pasear, durante cuarenta y seis segundos, desnuda sobre la calzada.

Pero quiso el destino, tan caprichoso e inexcrutable, que aquellos delicados pies descalzos dirigieran sus pasos hasta las cercanías del bar de los borrachos en el exacto minuto en que éstos, por una vez en años, le daban la espalda al número 15 de la calle, todos expectantes ante el lanzamiento del penalti con el que Raúl, en los minutos del descuento, le daría la victoria a la selección, y el ansiado pase a semifinales.

Ella, piel desnuda y cabellos revueltos –una valquiria morena, hija extraviada de algún dios- caminaba desorientada sobre la acera, entre motos aparcadas y un semáforo inútilmente guiñando en ámbar. El aullido improviso del gol casi la devuelve del sueño a la vida, en cambio sólo cambió la dirección, y a pasos lentos y vacilantes, retomó el camino de su casa.

Por detrás, caminando lenta y desnuda Inmaculada...: una deidad transatlántica.

Tan sólo un segundo después de la Gran Réplica, los clientes del bar giraron de nuevo sus sillas hacia el número 15 de la calle, se encendieron un cigarrillo satisfechos por la histórica proeza deportiva, y se dispusieron a seguir montando guardia, quién sabe si para cinco años más.

El verdadero prodigio se había producido tras ellos, y ningún presente pudo verlo ni contarlo, para gozo y regocijo de los ojos y oídos de los habitantes del pueblo.

No es justa tanta maldad del destino con los humanos. Por eso yo, que no estaba allí, ni nunca estuve ni acaso jamás estaré, os lo cuento escrupulosamente tal y como ocurrió.

Y habrá quien diga que la literatura no sirve para nada..

...

Nada es lo que parece

Los dos clientes la miraban con descaro, a ocho metros, desde un cómodo sofá del Ritz, y ella les correspondía con lánguidas caídas de ojos, con coquetos sorbos a su copa de vermut, con una estudiada y tímida sonrisa.
“Te digo que parece una fulana”
“Ya lo creo... fíjate qué minifalda de brillos”
“Yo diría que es búlgara, o rusa... o ¿te imaginas que sea la hija de una condesa zarista?”
“De los títulos quién se fía, engañan siempre”
Absortos, miraban cómo la mujer se recolocaba una y otra vez su larga melena rubia. Ella les volvió a mirar y a sonreír desde el fondo del salón, pasaba la yema de los dedos por el borde azucarado de su copa que después posaba delicadamente sobre sus labios, muy rojos, y bebía sin dejar de mirarlos.
“Mira, ¿sabes? ésta se nos sube a la habitación a poco que insistamos...”
“Si tú eres capaz de acercarte.., porque yo no me atrevo.”
La mujer sacó un cigarrillo de su pitillera, se levantó con un gesto delicado y avanzó majestuosa sobre la alfombra a pasos decididos hacia ellos.
“Que viene...”
-¿Tú fuego, chicos? ¿tú buen rato conmigo? Poco dinero.
-¿Cómo te llamas? Your name...
-Yo polaca... Me llamo Nada.






La bala


Soy la bala que va a atravesar el cerebro del soldado, no inmediatamente, aún me queda un largo segundo de tiempo de viaje en trayectoria recta, pero ya hacia su trinchera fangosa me dirijo silbando, hacia su cráneo excesivamente frágil que no resistirá mi velocidad de proyectil puntiagudo que gira y gira.


Dicen que el cráneo de los humanos esconde una masa que mueve al resto del cuerpo, y que esa masa se sabe a sí mismo, que recuerda el pasado y que imagina el futuro, eso dicen del cerebro... pero yo sólo soy una bala: metal recalentado y prisas por llegar.


Ya estoy cerca, muy cerca, y si miro ante mí adivino el espacio entre sus cejas por donde no voy a poder evitar colarme y causar muchos destrozos, ¿y cómo puedo ser yo tan importante? ¿cómo algo tan diminuto puede salpicar tanta sangre y detener tanto músculo y quebrar tanto hueso y tantos nervios y tejidos en movimiento?


Eso una bala no lo entiende.


Más cerca ya, ya siento su palidez, ya casi huelo su miedo... me mira, creo, el soldado... y no se mueve... ¡Pero muévete, soldado! Que voy... ¡apártate! No puede moverse, ya sé que es poco tiempo, que un segundo para una bala es el tiempo de toda una vida, mientras que para el soldado es menos que la casi nada.


¡Contacto!


He llegado..., ya rozo, y ya agujereo, ya he sobrepasado el hueso, y ya quemo y penetro por su piel de mantequilla, y ya me he detenido –al fin- en su masa cerebral, espesa, arrugada y gris, como me habían contado.


Qué silencio aquí.


Y qué extraño, no ocurre nada... Nada se mueve, el soldado no se inmuta, ninguna catástrofe reseñable, ningún grito de queja o de dolor.


Sólo percibo, cuando me tranquilizo, que he impactado contra algo metálico, como yo, alargado y en punta y que, como yo, aún quema.

Ha debido de llegar, imagino, un rato antes.


(Historia de una bala que cuenta la breve historia de su vida creyendo ser, en vano, la protagonista en la muerte de un soldado)