El insólito fenómeno, del que jamás se ha dejado de hablar en el pueblo, ocurrió bajo la luz de las farolas, a las 23.46 de una noche calurosa de agosto. Los tres únicos testigos oculares del "prodigio" no han perdido una sola ocasión, desde entonces, para recrearse una y otra vez en los detalles ante los ebrios pero receptivos habituales del bar junto a cuya acera se apareció aquella virgen. Cuando elogiaban su rostro de bellísimo ángel confuso, o cuando alababan su grácil y delicado cuerpo envuelto en aquel leve sudor... ya todos solían abrir la boca maravillados. Cuentan que, viéndola aparecer, el primero de ellos no pudo engullir el trago de whisky atascado en la garganta, y que al segundo testigo el fósforo recién encendido le quemó el dedo, y que al tercero la boca abierta y los ojos salidos de sus órbitas le dejaron para siempre la cara de beodo idiota.
Y cuentan que desde aquella aparición hasta el día de hoy, noche tras noche -cerveza tras ron, mus tras póquer-, aquel bar de la esquina se constituyó en atento Observatorio Permanente a la espera de la Gran Réplica -la llamaban-, de la repetición del milagro, y que todos los clientes a cada instante -a la vez o por turnos, y con la mirada siempre alerta-, no perdieron jamás de vista el portal número 15 de la acera de enfrente, desde donde salió a pasear, para maravilla de los humildes, aquel portento.
La noche de la Gran Réplica, cinco veranos después, Inmaculada (la muchacha más guapa del pueblo por secreta votación alcohólica, y afecta desde la infancia de sonambulismo crónico) se volvió a pasear, durante cuarenta y seis segundos, desnuda sobre la calzada.
Pero quiso el destino, tan caprichoso e inexcrutable, que aquellos delicados pies descalzos dirigieran sus pasos hasta las cercanías del bar de los borrachos en el exacto minuto en que éstos, por una vez en años, le daban la espalda al número 15 de la calle, todos expectantes ante el lanzamiento del penalti con el que Raúl, en los minutos del descuento, le daría la victoria a la selección, y el ansiado pase a semifinales.
Ella, piel desnuda y cabellos revueltos –una valquiria morena, hija extraviada de algún dios- caminaba desorientada sobre la acera, entre motos aparcadas y un semáforo inútilmente guiñando en ámbar. El aullido improviso del gol casi la devuelve del sueño a la vida, en cambio sólo cambió la dirección, y a pasos lentos y vacilantes, retomó el camino de su casa.
Por detrás, caminando lenta y desnuda Inmaculada...: una deidad transatlántica.
El verdadero prodigio se había producido tras ellos, y ningún presente pudo verlo ni contarlo, para gozo y regocijo de los ojos y oídos de los habitantes del pueblo.
No es justa tanta maldad del destino con los humanos. Por eso yo, que no estaba allí, ni nunca estuve ni acaso jamás estaré, os lo cuento escrupulosamente tal y como ocurrió.
Y habrá quien diga que la literatura no sirve para nada..