domingo, 20 de noviembre de 2011

“ENCIMA SE RÍEN LOS CABRONES…”

En las últimas semanas las víctimas del terrorismo de ETA, tras el presunto alto el fuego de estos, andan exigiéndoles a sus verdugos que ante todo pidan perdón por sus actos sanguinarios. A su vez los simpatizantes de la causa etarra replican que es el Estado el que debe pedir perdón por los supuestos abusos o las presuntas torturas o la injusta ocupación de Euskalerría etcétera etcétera… Y ocurre que ambos colectivos están pidiéndole al contrario un imposible, porque pretenden del humano un par de acciones para las que no está espontáneamente programado: el arrepentimiento y el perdón.

Yo diría que “perdonar” conlleva borrar por completo de nuestra mente el dolor que hasta un segundo antes nos producía el mal que nos han causado, y que “arrepentirse” se parece a pedirse perdón a sí mismo. Me van a perdonar ustedes pero la frase “Yo perdono, pero no olvido” no hay por dónde cogerla, porque el perdón no es un acto voluntario que se materializa cuando decimos sin más “te perdono” sino que es como un yunque que cae del cielo -cuando el yunque quiere- y, o te da en la cabeza o no te da.


A la jueza que dirigía el proceso contra los etarras se le escapó, a micrófono abierto, la frase que encabeza este artículo. Y todo porque a los asesinos –en una puesta en escena ya muy repetida en otros juicios- les repele la idea de ofrecer una actitud cabizbaja o simplemente seria ante cualquier juez, que podría asemejarse a un sometimiento a la autoridad del Estado, prefiriendo en cambio reírse y pasar del asunto para dar la imagen del que no tiene nada de qué arrepentirse. No es distinto a cuando en el Congreso de los Diputados el parlamentario del Partido A acusa de cualquier cosa acusable al ministro del Partido B y éste sonríe ostensiblemente -sin ganas reales de sonreír, por supuesto- como para lanzar la imagen al telespectador de que “eso de que me acusas, de falso que es, produce hasta risa”. Seguro que alguna vez en nuestra infancia algún adulto nos ha puesto cara a cara contra otro niño como nosotros y nos ha exigido que le pidamos perdón. Y hemos bajado la cara -y la voz- y hemos dicho “perdón”…, y el adulto (qué sádicos) ha insistido “No, díselo mirándolo a la cara” , y hemos levantado la cabeza y lo hemos mirado con cara de asco y hemos repetido “perdón” ahora gritando (nunca en el tono justo, porque también nosotros somos tercos…). Extrañamente los adultos se quedaban ya tranquilos, y nosotros en cambio, al odio hacia el niño perdonado, sumábamos la humillación de haber tenido que manifestar sentimientos que no sentíamos.

Señora viuda, hijo huérfano, señor policía sin una pierna, si los cabrones se ríen es para representar una farsa, de vueltas al trullo las ganas de risa se les pasan; como también farsa sería si de repente ellos les pidieran perdón arrodillados; como farsa será –permítanme- cuando ustedes a su vez nos intenten convencer de que ya los han perdonado. El perdón, si llega, llega a solas y en silencio y por la puerta de atrás, nunca con declaraciones ante los micrófonos. Porque pedir perdón públicamente equivale a admitir que media vida, o la vida entera, ha sido un error pertinaz, que es como admitir que eres un imbécil intelectual, y el humano –virtuoso que sea, mediocre, o directamente canalla- de perdonar por imposición no es capaz. De soltar por la boca “perdón” sí, de sentirlo sinceramente no, o al menos ocurre demasiado raramente, y sólo para pequeños errores, descuidos sin importancia, faltas de andar por casa. Desde luego no todo un colectivo de asesinos y cómplices, al unísono, va a admitir abiertamente y de repente el mínimo error o vileza en su estrategia política. Y ustedes, las víctimas directas, no pretendan tampoco heroicidades morales, como perdonar al que les mata a los hijos. Ya sabemos lo que sobre el perdón se predica desde los púlpitos, aunque también imaginamos que ni los mismos clérigos se creen sus propias palabras cuando de perdonar fríos asesinatos indiscriminados se trata .

Se me ocurre que hace 20 siglos toda ofensa solía –o debía- conducir a una reparación equivalente, y que para evitar las inevitables y sangrientas venganzas, al predicador galileo se le ocurrió proponer el perdón como nueva fórmula moral y alternativa y, en cierto sentido, revolucionaria. El perdón sin embargo no significaría “perdonar interiormente” sino “no imitar el mal causado en nosotros inflingiéndoselo al oponente”. Perdonar tan sólo significaría que me quedo con las ganas de matar a tu hijo a pesar de que tú has matado al mío. Eso sí, te voy a odiar de por vida. Esa propuesta de actuación moral fue un paso adelante respecto al “ojo por ojo, diente por diente” de diecisiete siglos antes, que a su vez y aunque ustedes no se crean, fue otro paso adelante respecto a la situación todavía anterior, que venía a ser “ojo por la cantidad de ojos que yo quiera, diente por todos los dientes que yo quiera”, Hammurabi impuso la “progresista” ley del Talión, por la que si alguien te ha sacado un ojo tú sólo tenías derecho legal a sacarle uno a él, y sólo uno.

Carece de sentido ponerse a analizar o discutir las demandas políticas de los etarras, individuos que te matan si no piensas como ellos, y todo en una democracia donde se han legalizado, sin el menor escándalo, partidos antimonárquicos, carlistas, anticlericales, anarquistas, fascistas, estalinistas, e independentistas de cualquier esquina de la geografía. Habría bastado proclamar sus ideas a voz en grito desde un estrado y megáfono en mano, y esperar a que les votara la población. Lo que les convierte en cabrones es su fría preferencia en cambio por el tiro en la nuca. Es duro de admitir, pero ETA ha existido tantos años porque una parte de la población comprendía los asesinatos y a otra parte –aún mayor- les desagradaba la sangre, sí, pero miraban para otro lado en los entierros. Más de 850 muertos después, los sondeos para las próximas elecciones pronostican 12 escaños para PSOE y PP por sólo 6 de los nacionalistas. Hace treinta años la proporción era la inversa. Por eso desaparece ETA, no por los políticos ni por la policía, sino porque existe Internet y ya no tenemos que ver cualquier tele monopolizada para obtener información, y existen las autovías con las que te plantas en un rato a cien kilómetros del terruño, en tierra de otros, y hay vuelos baratos que destrozan las fronteras, y cientos de miles de extranjeros han invadido nuestros barrios, y en cada esquina brota una tienda china, y los mercados rebosan de productos con el made in lejano… Para bien o para mal el mundo está cambiando, la defensa a estas altura de “lo nuestro” se está desfigurando, porque cada ciudad se parece cada vez más a una pequeña ONU donde “lo nuestro” acabará antes o después siendo “lo de todos”.

No tienen ni idea del planeta ni del siglo en el que viven, y encima se ríen esos cabrones. Los castigaba yo a visitar treinta países del mundo de los cinco continentes durante treinta años para que aprendieran un mínimo de cosmopolitismo y que entrara aire de otros colores por sus pulmones. Bueno, quiero decir, a pasar por las cárceles de treinta países... Y de ahí al Inserso.

sábado, 12 de noviembre de 2011

DI VINO Y ACUDIRÁN LOS HUMANOS

Pues yo, puesto a tener que vivir sometido a la religión en algún trozo del planeta (que son todos…), me quedo con este trozo y con este momento. El catolicismo de esta zona del planeta, y de esta parte de la historia, les viene de perlas hasta a los descreídos como yo. Hay otros impíos a los que el olor a observancia no les pone nada de nada, pero ya son ganas de no saber disfrutar…

Empezaremos dentro de mes y medio con una zambombá regada con abundante fino y bailes al compás de villancicos aflamencados. Propongo continuar alabando al Niño Dios unos días más tarde, por Nochebuena, con la boca atragantada de exquisitos polvorones al ajonjolí, desatragantándola de vez en cuando, eso sí, mejor que con agua con unos tragos de anís del mono. Y venga, a cantar y a seguir honrando al Salvador saboreando los licores de su viña terrenal. El 28 de diciembre recordaremos –y yo me uniré a ellos- que un rey de aquellos tiempos ordenó masacrar a muchos niños inocentes, pero lo haremos –para evitar perjudiciales traumas psicológicos- gastándonos bromazos y malas jugarretas entre amigos y así echaremos el rato… Los Reyes Magos, vale, no es una fecha sangrienta sino gozosa, por eso recibiremos regalos lujosos y juguetes sofisticados para imitar al homenajeado, que recibió oro (un cofrecito de nada, seguro) e incienso y mirra (que se compra en un chino…). Si seremos listos que hasta el carbón de los que se han portado mal está dulce, y engorda y todo. Y si no engorda, de vueltas al anís para el postrero zampado del roscón relleno de nata.



Tras tanta fecha de guardar hay que descansar el estómago y el hígado durante un mes y medio hasta los carnavales –sí, es una fiesta religiosa los carnavales, aunque quién se acuerda…- donde volveremos a bailar y a beber, pero esta vez sin moderación porque nos preparamos para resistir hasta en final de la Cuaresma –cuarenta días con sus noches, nada menos- sin comer carne, ni beber vino, ni practicar actos conyugales ni otros ayuntamientos. Así que de Viernes de Carnaval a Miércoles de Ceniza, baile va y alcohol viene, para aprovechar los últimos días antes de la severa moratoria orgiástica. ¡Qué bien que en realidad todo sea una ficción y que el fin de semana siguiente la orgía continúe! (¿cuarenta días dije de abstención? serían 40 minutos…)

Al mes y pico de aquello la religión se pone seria y bastante fúnebre, es Semana Santa, pero los fieles, para sublimar tanta pena, despliegan toda una estética barroca y mil sonidos cautivadores entre olores de incienso por cada esquina. Por ello mismo no se considera falta de respeto ni hay por qué renunciar a contemplar la representación del cadáver del Hijo de Dios que pasa balanceándose con suaves cadencias mientras vaciamos, desde un balcón flagrante de jazmín, un plato de queso bien curado, con sus picos, y lo regamos con cualquier cosa, un cubata mismo. Tras el Viernes Santo, y tras seis días de sangre, pasión, quejío, dolor y muerte, llega el soso Domingo de Resurrección. Por todo el planeta internáutico se entrecruzan en cien idiomas felicitaciones y alabanzas por el milagro máximo materializado: la Resurrección de la Carne tras la muerte. Aquí, prácticamente nos vamos a la playa o al campo. Y es que por el extranjero no saben captar dónde se halla la verdadera belleza y dónde lo que de verdad ata.



No hay que esperar demasiado para disfrutar de una buena romería, al Rocío, al río, o a los pinos del pueblo. Pero el camino cansa y habrá que repostar. Y para estirar las piernas un baile no vendrá mal. Y si Jesús en una boda trasformó el agua en vino sería por algo. Así que autorizados a seguir bebiendo y cantando y bailando alabaremos al Creador del mundo –yo, desde luego me sumo si me invitan-.

Ya en junio y en mangas cortas, es tiempo del Cuerpo del Cristo. No es día de bacanal esta vez sino de disfrutar de la avanzada primavera, de estrenar vestidos, de salir a que nos vean o a que nos dé el aire. No es gran cosa esta celebración desde el punto de vista del disfrute carnal, porque en el Corpus hay mucho de abstracción y de concepto cerebral, y poco de sustancia material y sensorial. El cuerpo de Dios transubstanciado en una hostia de pan redondo no se compara con una Virgen Dolorosa de sublime belleza cargando a su Hijo exangüe. Y como no se compara, mueve a menos, y no da gana de beber o de bailar por algo tan intelectual. El Corpus es una fiesta sin imágenes, que habría estado bien para la estética protestante. Los protestantes se quejaban del exceso de idolatría de los católicos hacia las imágenes de santos, ángeles, vírgenes y cristos. Y tenían razón. La razón de los sosos cuando tienen razón. Que vaya religión desganada en que se han convertido.

A lo nuestro. Tras el Corpus, y como ya es mitad de julio y el termómetro de repente se ha puesto en los 35 grados, no viene mal remojarse mientras contemplamos pasear por el puerto a la Virgen más marinera sobre una barca rodeada de otras decenas de barcas. De paso se monta una verbena al fresco y no hay que decir que habrá baile y cerveza fresca para aliviar las calores. Un mes después, a mitad de agosto, la fiesta de la Asunción cae casi desapercibida: hay tantos fieles veraneando y tan poca gente trabajando, que apenas nos damos cuenta de que es fiesta. Mes y medio después otra Virgen, la patrona, la más del pueblo, la última para disfrutar con manga corta, o a lo sumo con una rebequita. Y será la ocasión esperada para ensalzar la belleza de las hijas del municipio que de muchachas han florecido en damas –antaño más flacuchas y hogaño más rollizas, todo hay que decirlo- y que los concejales conducirán orgullosos al altar del brazo.

La religión por estas latitudes es sabia y sabe amoldarse, y si antiguamente por noviembre celebrábamos lo fúnebre, en los últimos años ya nos hemos desmadrado hasta transformar el decoroso culto a los muertos en la fiesta de la risa que da la muerte. La cosa viene de América, como otras veces ha venido del próximo oriente. No pasa nada, lo de aquí y ahora es religión-fusión, como hay flamenco-fusión o cocina-fusión. Funde lo divino y lo humano, y así disfrutamos tanto del cielo como del suelo (aunque tras la muerte nos arriesguemos seriamente a pasar una temporada por el purgatorio, pero mira, lo nuestro ya lo hemos tenido…)

Nunca olvidaré aquel sábado (fue hace años, ya no trasnocho…) en que en un local nocturno me entretuve charlando con una chica desenfadada y minifaldera que no paraba de bailar y de beber pero que aguardaba a que fueran las siete de la mañana para asistir a la primera misa del domingo “y así mi madre no me despierta para ir a la de doce”. “Pero, ¿te plantas en la iglesia con esta pinta?” le pregunté escandalizado, y ella, toda sabiduría y malicia, desenrolló su minifalda hacia abajo hasta que le cubrió las rodillas. En mi opinión, eso roza bastante lo que desde antiguo se llama “el arte de vivir”. En la tierra de las chirigotas a ver qué religión nos iba a saber mantener como palos serios adorando en silencio a una abstracción sin formas. Que sean mejor cinco cañas, niño, y media de calamares, que verás que Virgen tan bonita que pasa ahora, y que bien la mecen…

viernes, 4 de noviembre de 2011

REPÚBLICA
“Hay otros mundos... pero están en este” (Paul Éluard)

Eran pocos, unos quince, agitaban tricolores republicanas y otras banderas rojas de su modesto partido extraparlamentario, al tiempo que coreaban consignas contra la monarquía. La calle comercial era un hervidero de personas: había quien paseaba, quien entraba o salía de las tiendas de moda, quien se apuraba un helado… Algunos miraban hacia el origen del vocerío, pero no mucho más allá de girar la cabeza un segundo; casi nadie recogía las octavillas que ofrecían, nadie se detenía a escucharlos. De alguna manera me daba pena tanta indiferencia generalizada, aunque por otro lado pensé que quien pretende un aplauso se lo tendrá que ganar con mejores ideas.
Pedir para España un sistema republicano es, en efecto, una simpleza. Porque España ya es una República.
Los primeros habitantes conocidos de la antigüedad que mandaron a paseo a una monarquía (o en realidad tiranía) fueron los atenienses, y a su nuevo régimen lo llamaron democratia (fuerza del pueblo). La diferencia entre el sistema antiguo y el nuevo saltaba a la vista: ya no mandaba uno sino que mandaban todos. La verdad sea dicha, “todos” en Atenas no sumaría más allá del 10% de la población de la ciudad, y es que no votaban ni menores de cierta edad –y cumplir 25 años en el siglo V a.C. ya era un cierto éxito vital-, ni mujeres –casi siempre encerradas en casa- , ni extranjeros –y extranjero era cualquier no ateniense-, ni siquiera adultos varones sin la mili hecha o con multas sin pagar..., y lógicamente tampoco los esclavos. Sin embargo, con todas las limitaciones que ustedes quieran, aquel experimento tan novedoso de voto, tras 25 siglos de historia, sigue aún causando admiración.
Los romanos, por la misma época, también derrocaron a su monarquía de reyes etruscos y fundaron su propia democracia, a la que llamaron Res Publica. Que tampoco era una maravilla de representatividad popular que digamos: durante los primeros dos siglos sólo mandaron unas cuarenta familias nobles y adineradas (digamos los Medina-Sidonia, los Osborne, los Bernaldo de Quirós…), que a través del senado elegían a los cónsules, aunque en tiempos posteriores el sistema mejoró y ya se encargaría de la elección a cónsul la Asamblea, órgano mucho más representativo (plagada de López, García o Martínez de la época…).
Para un ateniense o para un romano “democracia” y “república” eran conceptos del todo idénticos. Como también debería serlo para cualquier ser pensante contemporáneo. Si creen que el diccionario les puede ayudar intenten discernir cuál de las dos siguientes definiciones del diccionario es la relativa a República y cuál la relativa a Democracia: 1) forma de gobierno en la que la soberanía reside en el pueblo, que la ejerce directa o indirectamente por medio de representantes libremente elegidos, y 2) forma de gobierno en el que la soberanía reside en el pueblo, que la ejercita directa o indirectamente por medio de representantes libremente elegidos.
Sí, no han leído mal, hay diccionarios que para ahorrar en fatiga cerebral definen ambos conceptos con la misma idéntica frase. Yo, que soy muy osado, pero atendiendo escrupulosamente al mandato del diccionario, voy a proponerles que ya mismo, y en consecuencia, declaremos como régimen republicano a la monarquiquísima Gran Bretaña y en cambio declaremos monarquía -sin el menor escrúpulo- a la República Popular Democrática del Corea. Ya me contarán ustedes si la definición de monarquía –“régimen político en el que el poder supremo, a menudo hereditario, está en las manos de una sola persona”- no calza como un guante sobre el actual régimen comunista norcoreano donde Kim il Sung cedió su poder absoluto a su hijo Kim Jong-il en 1994 y éste, a su vez, en su también hijo Kim Jong-Um en 2010.
En esta vida –nos enseñan los sabios- hay que mirar la dirección que marca el dedo, no al dedo en sí. Sobre la facilidad del humano para dejarse engañar por las apariencias -incluso por apariencias super evidentes- saben bastante los psicólogos: cuando ofrecen y hacen probar caramelos de fresa de color amarillo y caramelos de limón de color rojo, un elevado porcentaje de personas juran y rejuran que aquellos saben a limón y estos a fresa. Los colores, debe de ser eso, confunden lo suyo, y un simple envoltorio no digamos. Y lo que más confunde, las palabras…
En aquella esquina, una militante, de cierta edad, megáfono en mano y bajo una agitación de banderas tricolores, lanzaba al aire pareados de rima consonante. El resto de militantes hacia de coro. Pedían mandar a la Casa Real en pleno al Inem. Que son muy costosos. Que con nuestro dinero no. A lo lejos un vendedor de cupones, apostado en la esquina contraria, replicaba con un insulto a Zapatero que no entendí. Los republicanos les habían robado por una hora a las decenas de jóvenes pijas de quince años la esquina donde se citan para su paseo del viernes. Desde lejos éstas los miraban como se mira a unos extraterrestres.
La monarquía les cuesta a los españoles unos 25 millones de euros anuales (según lo publicado), en sueldos, personal administrativo y de gestión (140 empleados, hay quien dice 500 sumando la seguridad), mantenimiento de estructuras, dietas etc… ¿Son muchos millones 25? Y eso quién lo sabe… es como cuando una mujer sale contenta de la peluquería porque sólo le han cobrado 20 euros por cortarle las puntas… Es cierto que cuando alguien no quiere algo incluso un céntimo de euro puede resultarle un gasto excesivo e inútil, en cualquier caso la cuenta de gastos de nuestros vecinos republicanos, Francia e Italia, podría helarle la sangre a más de un reivindicador de sistemas menos costosos. En el país galo el número de empleados del Palais de l’Élisée asciende a 957, y el gasto anual general a 90 millones de euros (en realidad mucho más ya que unos 800 de esos empleados reciben su sueldo de otras partidas presupuestarias). Pero mejor no miren hacia Italia, el republicano Palazzo del Quirinale le supone al país de la bota 228 millones anuales para nada menos que 2181 empleados (la mitad de seguridad y defensa y la mitad para gestión).
Yo comprendo el republicanismo. Tiene toda la lógica preferir a un presidente de la república que a un rey. Pero es que en España no hay un rey (Rey= “monarca o príncipe soberano de un reino”. Soberano=”que ejerce o posee la autoridad suprema e independiente”), como un automóvil sin motor y con pedales ya no es un automóvil, aunque por fuera lo aparente ser. Tan poco poder ejerce nuestro jefe del estado que ni siquiera recibiría autorización para responder a este modesto artículo: es bien sabido que al rey de España sólo le está permitido escribir el discurso de Nochebuena, todo lo demás es redactado por el gobierno y él tan sólo le pone voz, en congresos, celebraciones y actos varios. Bien mirado es un simple empleado administrativo. ¿Qué lo quiten entonces? Bueno, cumple su labor, y cuesta la cuarta o la décima parte que algunos presidentes de república cercanos.
No se enfaden los republicanos exaltados si les llamo infantiles por pedir otro mundo que ya está en éste, y en cambio disfruten -aquí y ahora- de la Democracia que nos legaron los atenienses, Democracia a la que los romanos llamaron República…
IDEOLOGIAS, DEL PRÊT-A-PORTER A LA SASTRERÍA

¿Y si explico qué es la derecha y qué es la izquierda, y tanto los unos como los otros se sienten a gusto tras lo leído? No es del todo imposible, no hay porqué andar siempre molestando a la gente cuando se habla de política. Yo lo voy a intentar, no en vano soy hincha tanto del Madrid como del Barcelona (como verán no tengo un pelo de tonto…). Hay quien entiende que eso no es posible, que no se puede querer a dos mujeres a la vez. Sin comentarios…

La mayoría de las personas no saben comparar la derecha con la izquierda si no es enfrentándolas encarnizadamente, como si la una, en pleno siglo veintiuno pudiera sobrevivir sin la otra; por eso antes de una discusión ambos bandos se suelen parapetar tras sendas barricadas con las manos cargadas de piedras listas para el lanzamiento. Pero las pedradas terminan dirigiéndose hacia las cabezas de los políticos –merecidamente, cómo no- y casi nunca ni siquiera rozan la esencia de las ideas, que es como decir que sólo sabemos disparar al bulto, a lo que se mueve, y nos perdemos siempre lo mejor de la discusión…

Tanto la derecha como la izquierda son tendencias del comportamiento encaminadas a hacer más feliz al individuo, cada cual a su estilo. Eso sí, no hablamos de dos conceptos simétricos y por tanto comparables, desde el momento en que la izquierda es una ideología pero la derecha claramente no. La derecha es natural y la izquierda artificial. Artificial significa que utiliza artificios para conseguir sus objetivos. Natural significa que se manifiesta con la crudeza propia del humano. Si un escolar trae a casa siete suspensos podemos castigarlo sin la paga y sin salir, que es lo que nos sale del cuerpo, o bien podemos tener con él una larga charla conciliadora, reprimiendo tal vez las ganas de soltarle un cachete. Lo más probable es que ninguna de las dos medidas den resultado si el niño resulta ser un tarugo, pero expresan dos actitudes diferentes y enfrentadas para resolver un problema: la fuerza o la persuasión. No se acelere usted, ninguna es mejor que la otra, y a lo largo de la vida las utilizamos indistintamente según el caso (excepto si los tarugos somos nosotros: siempre todo-fuerza o siempre todo-contemplaciones…).

La naturaleza de la derecha lleva al individuo a expresarse con espontaneidad, “un negro vagabundo e idiota”, la izquierda entiende en cambio que demasiada luz y claridad puede a veces perjudicar la convivencia y prefiere disfrazar el idioma, “un individuo de color inadaptado social y diversamente hábil”. Llegado el caso la derecha suele derivar hacia la brutalidad, la izquierda hacia el ridículo. “Esto es mío” debe de ser la frase más antigua del mundo, sólo mucho después nacería “aquí todo es de todos”, la primera es visceral y natural, la segunda civilizada y utópica. Al final derecha e izquierda no es más que la pugna entre lo que somos y lo que soñamos, lo que somos a veces es hermoso y a veces horroroso, lo que soñamos a veces es razonable y a veces imposible. Se espera de nosotros la suficiente habilidad para saber usar las dos manos dependiendo del momento. Presumir de la fuerza, o de las riquezas, o de la belleza es lo más natural del mundo, disimularlas para no ofender al que carece de ellas es un paso adelante hermoso y necesario. Paso adelante que damos lunes y miércoles y que dejamos de dar martes y jueves.

Los conceptos más atávicos del humano –y por ellos característicos de la derecha- van ligados al sometimiento a un dios, a la necesidad de un líder, al amor irreflexivo por la tierra de nacimiento, a la jerarquía paterna dentro de la familia, a la libertad del individuo frente al estado… Los conceptos de la izquierda, en cambio, fueron más tardíos y por ello tuvieron que ser “conquistados”: organización democrática de la sociedad, igualdad de oportunidades a pesar de las desigualdades previas, el hombre -y no dios- es el centro del cosmos, redistribución de las riquezas, hegemonía de las decisiones de la mayoría sobre los comportamientos individuales. Ni derecha ni izquierda puede prescindir hoy día de todos estos conceptos -de todos-, les gusten más o menos, crean o no en ellos. Y por ello, tanto los unos como los otros -en esta parte del mundo y en este momento de la historia- mantienen vigentes indistintamente los conceptos atávicos y aceptan con total naturalidad las conquistas sociales. O lo que es lo mismo, tanto los partidos de derecha como los de izquierda están impregnados por igual de los conceptos de derecha y de izquierda (hagan la prueba: que les traduzcan los discursos parlamentarios de los diputados holandeses, o italianos, o búlgaros e intenten adivinar de qué orientación política son…). Y es que en la actualidad ya apenas quedan partidos de izquierda o de derecha, sino ligeramente de izquierda o ligeramente de derecha. Por eso cuando se alternan en el poder en realidad no se nota casi nada. Lo que pasa es que estamos todos contaminados por la publicidad que esos mismos partidos políticos generan, publicidad mucho más insidiosa y efectiva que la de la Coca-Cola, y encima gratis total, en prensa, tele y radio. Hay izquierdistas amantes de la tauromaquia y derechistas anticlericales, eso los lunes y los miércoles, los martes y los jueves hay derechistas que se fuman un porro e izquierdistas que bajan a la calle con banderas patrias a presumir de campeones del mundo. ¿Contradictorio? Nada de eso, actual.

La disyuntiva derecha-izquierda está dejando de ser operativa para entender algo acerca de cómo somos las personas. Resulta así un misterio cómo pueden votar al mismo partido de izquierda el catedrático refinado de universidad que fuma en pipa, se viste y se perfuma finamente, visita museos y librerías, asiste a ciclos de cine checoslovaco en blanco y negro, practica con su amante sexo tántrico, y sueña con restaurar un viejo caserón del centro… con el obrero de la construcción, que juega al tute en el bar mientras mueve un palillo de diente en su boca, se pasea los domingos en chándal para estar cómodo, se divierte con las películas de automóviles que se persiguen y que luego explotan, sale el jueves santo de penitente con un cirio, y sueña con un deportivo rojo-fuego o amarillo-chillón... ¿Y por la derecha? ¿cómo pueden votar al mismo partido la señora de misa diaria, vigilante de las buenas costumbres, sufrida esposa, amante de las croquetas con sabor a abuela y enganchada al ganchillo… así como también la señora con minifalda a una edad inapropiada, divorciada dos veces, asidua a los bares de salsa y de rumba hasta las tantas, devoradora de sushi y enganchada al Meetic y al Facebook?

Lo natural y lo artificial. Sin ambas actitudes seríamos todo-paleolítico o todo-robot (ay, algunos lo son…) pero por suerte hay altruistas y ladrones, transigentes e intolerantes, modernos y arcaicos, bondadosos y odiosos, con carnet en todos los partidos por igual. Yo hace ya años que ando detrás de un traje ideológico que me siente bien, pero es que cuando no me está ancho de caderas me está corto de piernas, o si me gusta el color no me gusta el corte. Así que, excluido el prêt-à-porter, tendré que confeccionármelo en una sastrería a medida. Es más caro pero vas siempre a gusto.
DOS MÁS DOS… LO QUE YO DIGA

“Es una persona de mucha cultura”, decimos de ese señor que mientras se apura el café nos ilustra al detalle sobre, digamos, la batalla de las Termópilas y que, acto seguido, recrea las diatribas entre Góngora y Quevedo -incluso soltando versos que conoce de memoria- y que, para terminar, nos aclara la diferencia entre el aristotelismo y el neoplatonismo. Es verdad, uno así es un tipo cultísimo. Y sin embargo pregúntenle cuánto suma 1/2 + 1/3 (vale, usted tampoco lo sabe, así de primeras, no se apure…) y verán cómo se atasca para encontrar la solución: 5/6. Y es que identificamos la cultura con las letras, y pocas veces con los números o con las ciencias. Hasta los periódicos tienen la sección de Cultura para temas literarios, históricos o pictóricos, separada de la sección de Ciencias para asuntos de matemáticas o de medicina o de astronomía. No me negarán que ser capaz de sumar un medio más un tercio es lo que menos se despacha hoy en día en matemáticas –te lo enseñan en la primaria-, como las dos preguntas “de letras” más formuladas para llamar tonto a cualquiera serían quién descubrió América o quién escribió el Quijote. Digamos que vivimos en un mundo de insignes desorientados científicos a los que andamos todo el día perdonándoles sus lagunas con los números. “Huy, yo siempre he sido un zoquete en matemáticas” le suelta en la tele al entrevistador cualquier famoso novelista o ilustre historiador, y todos sonreímos condescendientes del pecado venial del entrevistado, como si acabáramos de descubrir ese “lado humano” que hasta nos lo hace más atractivo e interesante.
Hay que ser vacuo en lógica matemática para anunciar con escándalo en un periódico “Málaga, la quinta provincia con mayor criminalidad de España” cuando es también la quinta o la sexta provincia más poblada del país; o bien “Las mujeres son más seguras. Los hombres, responsables del 80% de los accidentes en carretera”, cuando basta colocarse a pie de cuneta en una autovía y contar cuántos hombres van al volante respecto al número de mujeres, para llamar zoquete al que tituló la noticia.
También hay personas con poca facilidad para asimilar en qué consiste eso que llamamos “estadística”. Cuando en Semana Santa los capillitas andan angustiados mirando al cielo, a veces se topan con esta amenazadora predicción: “Probabilidad de lluvia: 80%” , entonces hacen un comunicado, algunos lloran y dejan a sus santos en la iglesia. Luego resulta que no cae ni una gota y empiezan a quejarse de que “las predicciones no han acertado”. Es de risa. Toda predicción del 100% es susceptible de errar, si no se cumple. A partir de 99% hacia abajo son, de alguna manera, infalibles, porque 80% de lluvia significa que, con los datos que tenemos, ochenta días de cada cien llueve, y veinte en cambio no llueve. Quizás ni una gota. Y no hay más.
La lotería es otra fuente de anumerismo social crónico. Hay quien guarda cola durante tres horas para comprar en Doña Manolita de la Gran Vía porque “toca mucho” sin considerar que esa señora –que no sé si existe- también “vende mucho”, y mucho respecto a mucho es igual a empate neutro; y después está el individuo que cree (porque lo cree… ¿ustedes no? sean sinceros…) que con el número de lotería 11.111 no le va a tocar el gordo ni de coña, y hasta se enfadará con el compañero de trabajo que trajo ese número imposible a la oficina. Porque se diría que el cerebro del humano se divide en un hemisferio “de letras” y en un hemisferio de “ciencias”, y con el de ciencias pensamos “todas las bolas están en el bombo, matemáticamente me puede tocar igual”, mientras con el hemisferio de letras replicamos: “vamos, el 11.111… ni de coña”. Y de esas no salimos.

También son legión los individuos que piensan, sin ir más lejos, que sí, que un millón es mucho y que un billón, con be, es más, vale, pero también simplemente mucho (hay hasta quien cree que el doble). E ignoran que para contar hasta un millón -a segundo por número contado- se emplearían unos 12 días (sin dormir, aunque no creo que nadie lo haya demostrado jamás…) mientras que para llegar a un billón la cosa se pone en 32.800 años contando sin parar (y por favor no me hagan trampas…)

En política las pasiones también ciegan y secan nuestro hemisferio cerebral de ciencias, sobre todo cuando se trata de calcular los asistentes a una manifestación, del signo que sea. Tengo un conocido, geógrafo, que en los años ochenta realizó una tesis doctoral con este título “Cálculo de masas en manifestaciones políticas en España” (qué quieren, cada uno se divierte a su manera). Este amigo mío, sin Google Earth a mano sino con simples fotos desde las azoteas, un metro de medir, y no mucho más, calculaba el espacio útil que podían ocupar en la calle los manifestantes, descontando setos, quioscos, jardincillos, coches aparcados etc… y así llegó a la constatación empírica de que en la Puerta del Sol de Madrid, a 4 personas por metro cuadrado (o sea, como en la recogida de la procesión del Cristo o de los Dolores…) cabían 34.000 personas. Qué raro, porque en la Puerta del Sol todas las manifas empiezan a computar a partir de 100.000 o 200.000 almas, que hasta aplauden al orador –con 4 manifestantes por metro cuadrado sólo es posible aplaudir con las orejas- y que además agitan banderas sin desnucar a nadie…

Hoy día existe un blog en Internet (Manifestómetro) que mide -por simple amor al número, que es el único amor fiable y sin doblez- los asistentes a cualquier reunión política de masas. En la primavera pasada calcularon la manifestación del Movimiento 15-M y la de la AVT (Asociación de Víctimas del Terrorismo). La prensa más cauta habló, para la primera, de 50.000 asistentes cuando los cálculos científicos sólo permitían aceptar unos 15.000; y para la de la AVT la cifra se elevó a los 200.000 seguidores, para lo cual tendrían que haberse apilado nada menos que 10 personas dentro de cada metro cuadrado, o bien aceptar que no congregaron a más de 20.000.
Reunir a 50 o 60 mil almas no es imposible. Recientemente lo consiguieron los que clamaban contra la nueva ley del aborto, en octubre de 2009. Pero a esa gran multitud –que lo era- se les contabilizó por millones, es decir, 1.2 millones según la Comunidad de Madrid, y 2 millones redondos según los organizadores del evento. ¿Personas necesarias por metro cuadrado para cuadrar esta última cifra, según las fotos aéreas? Unas 42. En comparación a tanta concentración humana el camarote de los Hermanos Marx se nos antoja una inocente bagatela.

Pero ¿se han manifestado alguna vez en España un millón de personas? Se lo pregunté a mi amigo geógrafo, el de la tesis. Negó con la cabeza. ¿Ni siquiera en aquella grandiosa manifestación en Madrid tras el golpe de estado de Tejero, en 1981? –insistí- todos los periódicos subían del millón en sus cálculos… Y él muy tranquilo sentenció: “No llegaron a 85.000…, para presenciar una cifra mayor de personas hay que ir un domingo cualquiera al Bernabeu o al Nou Camp”.

Pero ¿domina usted la estadística? Veamos: Se extiende un virus mortal por toda su ciudad. Analizan la sangre de toda la población y usted es uno de los infectados, aunque –qué mala pata- lo contrae 1 ciudadano de cada 1000. Fiabilidad de las pruebas de diagnóstico: 99%. Usted se siente fatal al escuchar que ha contraído algo que lo va a mandar a la tumba. ¿Debería ir ya mirando catálogos de féretros? Yo esperaría a leer lo que sigue: en toda la población examinada –digamos 100.000 para redondear- resultarán 100 individuos afectados. Pero 1 de los 100 habrá obtenido un diagnóstico equivocado según la fiabilidad de la prueba (que es el 99%). Pero ¿por qué iba a tener la suerte usted de ser ese uno? No se adelante. Considere que entre los 99.900 individuos realmente sanos también aparecerá un 1% de diagnósticos equivocados, lo que sumarían 999. En definitiva, que resultarán 1099 diagnósticos de haber contraído la enfermedad mortal: 99 son de personas realmente enfermas, pero 1000 de personas sanas.

O lo que es lo mismo ¿cuál es la probabilidad que tiene usted de encontrarse mañana por la mañana un billete de 500 euros tirado en la calle? Pues aunque no lo crea ¡un 50 por ciento! Porque o se lo encuentra o no se lo encuentra…
(esto, claro, es una broma, para relajarnos un poco)

VADEMECUM DE ESTILOS

Como primer plato una sopa de letras es un plato de orden, de derecha, la izquierda preferirá como poco la ensalada de rúcola. Es de derecha sentirse a gusto con polo, pantalones color Camel y zapatos náuticos sin calcetines, y de izquierda con camiseta negra, vaqueros y zapatillas de deportes tirando a gastadas (si son sandalias ya se borda), pero atención: vaqueros con chaqueta, incluso sin corbata, te llevan a la derecha. Si viajas a Cancún de viaje de novios sois de derecha, los de izquierda se plantan mejor en Vietnam o en El Aaiún. La derecha van al teatro a desconectar con espectáculos trillados y de final previsible, titando a cómicos, la debilidad de la izquierda en cambio es una obra con dos actores sobre un escenario minimalista, y que no se entiende nada, por lo mismo que una pintura floral o un bodegón es un gusto pictórico de derecha mientras tres borrones con manchas de tinta lanzadas desde dos metros contra un lienzo es, en cambio, bien de izquierda. Si unos leotardos te hacen de izquierda unas medias negras de encaje te llevan irremisiblemente a la derecha. Una piscina en un chalet es claramente de derechas, si lo llamas alberca y está junto a un huerto puede pasar por izquierda.
No te quejes de una mujer en bragas publicitando un flan de vainilla en un spot, porque entonces no te libras de ser un moralista: si eres de izquierda denunciarás la ideología machista del spot, si eres de derecha que hay demasiado sexo en la tele. Asistir a misa de doce el domingo, y en la catedral, es de derecha de toda la vida, y levantarse para misa de ocho es ya de derecha cavernaria; una misa de izquierda es en idioma guaraní en un claro de la selva amazónica o, viajando atrás en el tiempo, las oficiadas en los ’70 por los curas-obreros. El jamón en bocadillo es más de izquierda que el jamón en plato y con picos de pan, por supuesto, aunque comas lo mismo, y las tostadas con mantequilla son más de derecha que con aceite de oliva y tomate rallado (bueno, ahí andan…). Nada es más de izquierda que un concierto rock de guitarristas greñudos y salvajes, como nada es más de derecha que un coro rociero de señoras del pueblo con mechas rubias de peluquería. Hablando de pelos: el pelo corto, casi rapado, es de izquierda, el pelo largo en melenita es de derecha (hace 40 años era al revés…). La Vespa es de derecha, para ir en moto en plan izquierda hay que comprarse una Harley o poco menos. ¿Un coche bueno de derechas? el inconfundible deportivo rojo en que sólo caben dos; ¿uno bueno de izquierda? esos station-wagon-familiar en los que entra hasta el equipo completo de esquí. Contradictorio, porque esquiar es de derechas, y de izquierda (y mucho) es escalar montañas, pero sobre todo encaramarse en ambientes urbanos por paredes altísimas. Y es que el campo y la montaña con sus vacas son de derecha, y de izquierda la ciudad y las fábricas con sus semáforos y su smog.
¿Colores de derecha? fácil: el rosa y el celeste, ¿de izquierda? el que más, el lila o, en realidad, cualquier mezcla de colores desvaída o borrosa. Una camiseta de finas rayas horizontales puede ser de izquierda, al menos mucho más que una camiseta con sólo cinco o seis gruesas rayas estilo rugby, y más con cuello. Los músculos voluminosos del gimnasio o la panza cervecera te hacen muy de derecha, la delgadez marcada, de izquierda (no por no comer, sino porque es así). De derecha es ayudar a un pobre que pide en la calle, de izquierda apadrinar a un niño guatemalteco. ¿Llevas sombrero por la calle o algo que te cubra la calva? si tienes más de 60 años es que eres de derecha, si tienes menos de 40 es que eres de izquierda. Si te quieres dejar una barba de izquierda dos son las opciones válidas: o larga y descuidada o siempre corta de 8 días, sólo uno de derecha retoca su barba como el seto en un jardín. ¿Eres miope? Gafas de pasta negra a la izquierda, gafas metálicas plateadas a la derecha (y ahumadas ya es total). ¿Tienes perro? Si es un chihuahua faldero eres de derecha, uno de izquierda sólo pasea perros de mayor cilindrada, el Setter irlandés le va bien (si eres hippy el pastor alemán es perfecto).
Si tienes poco pecho y usas relleno para gustar más eres de derecha, las de izquierda han descubierto la estrategia contraria: no ponerse sujetador. ¿Tienes hambre? A la derecha hay un asador de carne, a la izquierda un japonés con salmón crudo en texturas. ¿Te aburres en el tiempo libre? Hay cursos de aeromodelismo o de decoración de tazas para los de derecha, y de cerámica alfarera o de reciclaje de materiales para los de izquierda. Cuando te sientas pobre y para aliviarte, carga contra quien vive de tus impuestos, contras los obispos la izquierda, contra los sindicatos la derecha; o también contra los ricos que no hacen nada, contra la Casa Real la izquierda, la derecha contra los actores del cine español, y que encima, adinerados como son, recogen los premios con camisetas baratas de mercadillo…
Para curarse de un dolor insidioso la derecha recurre a los remedios de la abuela: ingerir líquidos variados añadiendo siempre miel, refriegas con ungüentos apestosos, encomiendas a santos y vírgenes; la izquierda en cambio ingiere kéfir, inhala flores de Bach o se encomienda al Ayurveda de la India. Si no funciona nada, ni a derecha ni a izquierda (lo que es probable…), la derecha recurre a la imposición de manos del sudoso curandero de la comarca y la izquierda a la imposición de manos del Reiki oriental, que proporciona “armonización natural utilizando la energía vital universal”. No pidas chocolate con churros en un café antes de ir a un mitin de izquierda, no pega nada, como tampoco pega una infusión de raíces coreanas en la penumbra de una tetería arabizante si vuelves de un mitin de derecha. ¿Decorar la casa por la izquierda? con objetos étnicos de países lejanos: una máscara de Senegal, un tapiz rústico boliviano, unos enormes bambús indonesios, la derecha se autolimita a lo étnico patrio: muebles castellanos, una rueda de carreta en el jardín y, en la cocina, una preciosa ristra de ajos colgando junto a unas espigas.
¿Escapada de fin de semana? Derecha, por favor, a Palma de Mallorca, Londres o Eurodisney, izquierda a Ibiza, Berlín o al Forum de las Culturas. Algunos juguetes para los pensadores políticos del futuro: juguetes con mucho plástico multicolor, para la infancia de derecha; construidos en madera -y en su color madera- para la de izquierda. ¿Tienes jefes y compañeros en el trabajo? eres de derecha, los de izquierda tienen jefes y jefas y compañeros y compañeras. Y para ver la tele hay todo un mundo: siéntete de derecha comentando tendencias de moda a propósito del vestido de novia de la mujer del torero, te lo cuenta cualquier salsarosa, o siéntete de izquierda comentando las últimas tendencias emergentes en música étnico-abstracta de Reykjavik, te lo cuenta Metrópolis. En cambio para echar un sueño a la hora de la siesta ante la tele viene bien por la derecha tres kilómetros en directo del Papamóvil llegando a la puerta de Alcalá, por la izquierda, en cambio, nada como una entrevista en inglés de Punset en Redes con algún neurólogo californiano.
No, no teman ustedes si no han salido en este test todo lo rojo o todo lo azul que esperaban. Perseguir la pureza estética sólo conduce al más ridículo esperpento. No hay razas puras en esto de las tendencias, todo son grises. O miren, mejor, y para sentirse a gusto, hagan siempre lo que les dé la gana (si son de derecha) o libérense de prejuicios represores (si son de izquierda). Que viene a ser lo mismo…
MENOS DINERO, POR FAVOR, PARA UNA MEJOR EDUCACIÓN

Hace ya tiempo que en el cerebro de nuestros políticos se ha instalado una nefasta fijación: que para mejorar la educación en nuestras aulas hace falta invertir cuanto más dinero mejor. Incluso en tiempos de crisis se recortan todas las partidas presupuestarias pero siempre se tiene buen cuidado en exceptuar la “sanidad, la asistencia social… y la educación”.
Sólo quien está a pié de pizarra sabe de verdad hasta qué punto la letra con sangre no entra, como tampoco entra la letra con ordenadores portátiles personalizados para cada alumno. Cuando yo era un tierno infante de siete u ocho años aún íbamos al colegio con un solo libro en la cartera (cartera de cuero bueno, eso sí, no de plástico con la Sirenita o el escudo del Barça). El famoso libro único se llamaba Enciclopedia Álvarez y pasando sus páginas se saltaba de matemáticas a historia o de ciencias a religión (Dios era un ojo dentro de un triángulo…, el ojo que todo lo ve). Es decir, que durante la niñez se pueden aprender todas las asignaturas del año utilizando un solo libro -que ni siquiera pesaba tanto- y conseguir terminar años después los estudios de médico, perito, electricista o abogado. Hoy, en cambio, porque ya somos ricos y de repente todo aquello nos sabe a poco, cargamos las espaldas de nuestros escolares con 8 kilos de manuales de papel grueso y a todo color para conseguir quién sabe si los mismos resultados (ay, podría ser que hasta peores…).
¿Conocen el informe PISA? Es un estudio mundial, realizado a alumnos de 15 años, en el que se evalúan sus conocimientos en ciencias, matemáticas y comprensión lectora. De él se desprenden algunos datos interesantes: que el PIB o la renta per cápita de cada país influyen, sí, en la calidad global de los resultados, pero mucho menos que otros factores no tan pecuniarios. Así, los hijos de padres que han sido universitarios tienden a obtener mejor rendimiento que los estudiantes con padres sin estudios (entiéndase, los conocimientos no se heredan de cerebro a cerebro, lógicamente, pero los primeros, de promedio, vigilarán más de cerca el quehacer escolar de sus hijos); también mejoran claramente nota los estudiantes que viven en una casa donde hay más de 500 libros respecto a aquellos en los que hay menos de una decena (no se líen, hay muchísimos ricos sin un solo libro en casa y gente corriente con paredes tapizadas de libros hasta el techo). Así, no debe sorprender que los escolares de un país como EEUU (46.000 dólares de renta per cápita) obtengan en las pruebas PISA peores resultados que los de Lituania (14.000 dólares) y prácticamente idénticos a los de nuestra modesta Andalucía (modesta, sí, para los EEUU, pero adinerada para Lituania…). Es decir, que la letra con dólares tampoco entra, la letra entra sólo con buenas y razonables ideas educativas y, que se sepa, generar ideas es una actividad cerebral gratis y que aún no pasa por caja. ¿O queremos comparar la dotación de un centro escolar lituano con uno californiano o incluso andaluz?, mobiliario de última generación, pizarras interactivas, proyectores en pantalla gigante, ordenadores personalizados, manuales de clase ricos en imágenes a todo color, profesores bien remunerados, laboratorios lingüísticos y científicos… Ignoro cómo serán las aulas lituanas, pero recuerdo las nuestras de los años ’70: tiza sobre pizarra (nuestro software), libretas y bolígrafos (fuente: libre; tamaño de letra: a voluntad; estilo fuente: bic naranja, bic cristal) gomas Milán (suprimir), información sobre cualquier cosa en enciclopedias manoseadas (nuestro google)... Y sin embargo el rendimiento escolar (=sobresalientes y notables dividido por cada euro invertido) era claramente superior al actual. Si algunos de ustedes no dan por cierta esta última afirmación pueden detenerse en este dato: en el informe PISA de 2006 el 48% de los quinceañeros andaluces sometidos a las pruebas estaba repitiendo o “tripitiendo”, (sabia jerga estudiantil); hace cuarenta años repetir era una rara tragedia, hoy se encamina peligrosamente a entrar en la norma estadística mayoritaria.
No, no es el dinero. Por ello no piensen que los colegios privados, más ricos y mejor dotados, resultan más efectivos que los colegios públicos. Nada más erróneo el pensarlo. Obtienen sus alumnos mejores notas, sí, pero porque de media –como antes expliqué- en sus casas hay más padres universitarios y más libros a mano en las estanterías, pero cuando sólo se contabilizan las notas de estudiantes de idéntica escala económica, social y cultural de ambos sistemas, público y privado, las diferencias desaparecen del todo (incluso la enseñanza pública resulta ser ligeramente más efectiva que la privada).
¿Por qué la educación necesita menos dinero para progresar? Porque ofrecer más dinero es la solución menos imaginativa y la más fácil e inútil de las posibles, como lo eran antes los palmetazos con la regla para los que no se aprendían la tabla del siete. Porque cuando un político pide un aumento de presupuesto para la educación pierde la ocasión de reflexionar sobre sus verdaderas necesidades, que son de organización y no de materiales. Porque si entre los adultos el amor no se compra con dinero tampoco entre los niños la curiosidad y el deseo de saber se inculca a golpe de talonario. Porque un profesor aburrido será siempre aburrido aunque proyecte sus enseñanzas multimedia sobre pantalla gigante, y un profesor estimulante siempre será estimulante incluso con una simple tiza en la mano como máxima tecnología.
¿Más dinero? No, mejores profesores, por favor, y más seguimiento de los padres, y más libros en casa desde la infancia, y menos máquinas alienantes, y más fomento de la imaginación. Menos inútil enseñanza “obligatoria” y más ganas “naturales” de aprender.
No fracasan los niños de quince años, fracasan los que les marcan unas metas irreales e inalcanzables. Y en una Andalucía con un 48% de repetidores y tripitidores -de asignaturas en su propia lengua española- sólo se les ocurre a los políticos –otra meta delirante- que las asignaturas de aquí a poco se impartan sólo en inglés (Plan de Fomento del Plurilingüismo).





The Pythagorean theorem or Pythagoras' theorem is a relation in Euclidean geometry among the three sides of a right triangle (right-angled triangle) the square of the hypotenuse is equal to the sum of the squares of the other two sides.
LA PIEL QUE HABITAN

Hace unos días pasé un rato con un transexual. Lo normal es escuchar la palabra transexual y pensar en la prostitución (como acaban de hacer ustedes…) o como poco en un espectáculo sexy-cabaretero, y hasta cierto punto es lógico ya que cada vez que aparecen en la tele casi nunca resultan ser administrativos del ayuntamiento o jugadores de balonmano, por decir. En este caso se trataba de un empleado de la limpieza del aeropuerto y hablamos durante el tiempo de encender y apagar un cigarrillo. Con el mono de trabajo puesto ni parecía del todo hombre ni del todo mujer, excepto por unas protuberancias a la altura del pecho y por su larga cabellera rubia. Su modo de hablar no era de mujer normal sino de mujer de la especie maruja-folklórica, que algunas hay. Yo que soy un lingüista y que puedo pasarme media hora escuchando atentamente a un chino sólo para recrearme en la dificultad de esa lengua y para cerciorarme de que no se entiende nada de nada, estuve muy atento a lo que ese chico me contaba y sobre todo a cómo me lo contaba. En realidad se dedicó a repasar en voz alta sus problemas laborales con el primer desconocido que pasaba por allí –yo- a la hora el cigarrillo y que en vez de prestar atención a sus quejas sindicales se preguntaba si aquel individuo hablaba como una maruja-folklórica o si, en cambio, “imitaba” a una maruja-folklórica. Seamos sinceros: “imitaba”, y no lo hacía del todo mal, pero no mucho mejor de como podría hacerlo yo, o usted mismo, a poco que nos lo propusiéramos. Cuando Alexia apagó el cigarrillo –así se llamaba, me dijo en seguida su nombre, se ve que algo le tuve que gustar- se despidió de mí y se alejó escoba y recogedor en mano ondulando las caderas de una forma ostentosamente llamativa y debo decir ridícula. Pensándolo fríamente, todo en su estética, actitud y movimientos distaba años luz de lo que entendemos por naturalidad y relax mental.
Pedro Almodóvar ha declarado recientemente que pretende demostrar con su última película que la identidad de una persona no depende de sus genitales. Lo que no me queda claro de la frase es si refiere a la identidad de antes de operárselos (soy una mujer, aunque haya nacido con pene) o a después (soy un hombre a pesar de que me han mutilado el pene). En cualquier caso tal declaración es una obviedad de esas que –parece mentira- no resultan obvias para todos. Hay personas que aseguran estar atrapadas en un cuerpo equivocado, que son mujeres que han nacido en un cuerpo de hombre, o viceversa. Como hay personas que se creen Napoleón o que caminan en cuclillas creyéndose una rana. El problema es que el sistema sanitario estatal les dispensa un tratamiento opuesto: mientras a estos últimos intenta sacarlos de su error de apreciación de la realidad (que no son Napoleón ni rana), a los primeros les corta el pene y les practica un orificio para que los hombres sean mujeres o les añaden una protuberancia (inútil, a qué mentir) para que siendo mujeres se sientan hombres. Las autoridades sanitarias tienen entonces como cierto que el sexo de las personas reside en los órganos genitales y no en los cromosomas de cada célula del cuerpo y que, manipulando aquellos, un José Ramón se transforma sin más en una Jéssica.

La definición de mujer (o de hembra, entre los animales) “ser vivo que produce gametos femeninos dotado de la capacidad de parir hijos o poner huevos” no es definición cualquiera ni caprichosa, sino simple, llana y natural. Es por ello que causa estupor la facilidad con que el Estado asigne tal condición a hombres descontentos con su cuerpo y que han sido sometidos a ciertos cambios sólo estéticos y en absoluto funcionales (penes que no fecundan, pechos que no amamantan...). Nos piden que seamos profundos unas veces pero que otras veces juzguemos con superficialidad . A nadie le cabe duda del sufrimiento de por vida de las personas que “sienten” que la naturaleza no les ha dotado del sexo con el que se sentirían felices o al menos normales. Pero son también inmensa legión los que siendo bajos querrían ser altos, siendo feos guapos, siendo pobres ricos. “Doctor soy un hombre rico que se siente atrapado en el cuerpo de un hombre pobre, psicológicamente estoy destrozado ya desde la niñez. Quiero ser feliz.” “Tiene usted razón, hay que intervenir para resolver su problema: anote aquí su número de cuenta bancaria”
La humanidad, es verdad, progresa y avanza y es justo que satisfaga –si la ciencia da para ello- la voluntad de cambio de los que padecen. Pero el mundo de las ideas corre menos veloz que el de la técnica y hoy, por internet, no se puede expresar con más acierto a qué huele el jazmín que hace tres mil años con la simple y ruda escritura cuneiforme, y a la luz de una vela. Lo profundo también vive dentro de la piel que habitamos. El humano no lo puede todo.
ÉCHAME A MÍ LA CULPA DE LO QUE PASE

Escucho en las noticias que en Rusia un tipo contactó por la red con otro internauta, lo invitó a su casa a comer pero en cambio se lo comió a él (como suena). Escuchando lo subliminal de la noticia daba como la impresión de que el malo no era el ruso caníbal, no, las malas son las redes sociales. Es extraño, porque cuando escuchamos que un mafioso le da la orden a un sicario, que está a mil kilómetros, de cargarse a un rival no nos presentan la noticia como “los peligros que acarrean los teléfonos”. Pero es que los humanos somos así, y aún hay quien piensa que la culpa de que la vida está cara la tiene “el euro”. Se lo escuché en plena subida de precios -recién llegada la nueva moneda- a una señora que protestaba ante su panadero “Hay que ver, las dos barras de pan se han puesto a un euro” “Sí, señora, qué subidón el de los precios ” respondió este. Y la señora se quedó tan relajada con la explicación. Ya ven, la culpa no era del panadero que había redondeado impunemente al alza el precio, sino del euro, ente abstracto y sin cuerpo ni alma donde los haya pero capaz, por lo visto, de descargar sobre los ciudadanos toda su mala leche. Si cien automovilistas se quedan atrapados en la cima de una montaña bajo una repentina y furiosa nevada la culpa no es de ellos, los excursionistas, que retan con descaro al invierno y a la naturaleza, la culpa es de los de Protección Civil que siempre llegan tarde (o peor, de los que no han echado antes sal en el asfalto) . Y es que no sabemos vivir sin echarle la culpa a lo primero que se mueva. Cincuenta mesas en un chiringuito de verano, el triple de las habituales, las dos y media, tardan cuarenta minutos en atendernos y hora y media en poner sobre la mesa el primer plato, y la culpa es… tachiin, … sí señor, de los camareros, que atienden a todos menos a nosotros (¿de quien si no?). Y de nada sirve jurar en siete idiomas que allí ya no volvemos más un domingo de agosto, porque esa sería la reedición del juramento que renovamos cada verano. Y es que el humano común, repito, es débil de pensamiento cuando se trata de conectar causas y efectos. Cree que el tocino “engorda”. No sabe que un plato de grasiento tocino con pan más un paseo ida y vuelta hasta Punta Candor puede ser equivalente en equilibrio calórico a un sandwich con lechugas y zanahorias más dos horas de butaca ante el televisor. Las patatas fritas engordan más que los espárragos, sí, pero también “Lo que el viento se llevó” engorda mucho más que un telediario. Claro que ya puestos a cargarle las culpas a otros hay un colectivo ideal con el que cebarse sin miedo a equivocarse, ¿lo han adivinado? sí, los políticos; nacionales, provinciales o locales, de este o de aquel partido (son de goma, no tengan miedo y carguen contra ellos…). Ayer en un noticiario del canal local de mi ciudad unos vecinos se quejaban ante la cámara del estado calamitoso del parquecillo ante la puerta de su bloque. “El Ayuntamiento no hace nada, ya ven ustedes” Y la cámara se recreaba por los parterres llenos de latas, papeles y otras suciedades, por los muros desconchados, por los bancos emborronados de graffiti. Y era verdad, el Ayuntamiento no hacía nada. Los vecinos, sentados a la sombra de un ficus sobre sillas cada una de un estilo, se daban a una amena tertulia; había también por allí diez o quince jóvenes haciendo gestos y bromas a la cámara. Varios musculosos, algunos bien bronceados, casi todos ociosos. Uno escuchaba música con un mp3 apoyado a una tapia, otros dos al fondo sesteaban sobre sus motos. “Y así llevamos, un año, oiga, y no vienen a arreglarlo”. En total conté no menos de cincuenta brazos. Brazos caídos. “¿Y por qué no se entretienen ustedes una tarde y dejan todo esto limpio como el mármol?” No, la pregunta no la formuló la periodista, se le ocurrió a la mitad anarcoide y anti-estado de mi cerebro. Pregunta obvia que nadie pregunta, como si cuando te roban la cartera en vez de correr tras el ladrón dejas tranquilamente que se te escape mientras esperas a que aparezca un municipal que se encargue del asunto. Porque es su trabajo, no el mío. Y me acordé, no sé por qué, de esas señoras de mi pueblo, que no conformándose con pasar la fregona por el soportal, sacan el cubo a la calle y friegan con esmero los metros de acera correspondientes a toda la longitud de sus fachadas, robándoles trabajo a los empleados de limpieza del Ayuntamiento. Anarcoides y anti-estado esas señoras, al parecer, como un servidor. La administración obliga a los fabricantes de patatas fritas a declarar cuánta grasa ingerimos por cada cien gramos. El día en que inste a los de la playstation a informar cuántas gramos de grasa dejamos de quemar por cada cien minutos de utilización tirados en el sofá del salón habremos por fin comenzado a entender cómo se reparten en esta vida las responsabilidades. Mientras tanto sigan echándole la culpa a lo primero que se mueva.