Pues yo, puesto a tener que vivir sometido a la religión en algún trozo del planeta (que son todos…), me quedo con este trozo y con este momento. El catolicismo de esta zona del planeta, y de esta parte de la historia, les viene de perlas hasta a los descreídos como yo. Hay otros impíos a los que el olor a observancia no les pone nada de nada, pero ya son ganas de no saber disfrutar…
Empezaremos dentro de mes y medio con una zambombá regada con abundante fino y bailes al compás de villancicos aflamencados. Propongo continuar alabando al Niño Dios unos días más tarde, por Nochebuena, con la boca atragantada de exquisitos polvorones al ajonjolí, desatragantándola de vez en cuando, eso sí, mejor que con agua con unos tragos de anís del mono. Y venga, a cantar y a seguir honrando al Salvador saboreando los licores de su viña terrenal. El 28 de diciembre recordaremos –y yo me uniré a ellos- que un rey de aquellos tiempos ordenó masacrar a muchos niños inocentes, pero lo haremos –para evitar perjudiciales traumas psicológicos- gastándonos bromazos y malas jugarretas entre amigos y así echaremos el rato… Los Reyes Magos, vale, no es una fecha sangrienta sino gozosa, por eso recibiremos regalos lujosos y juguetes sofisticados para imitar al homenajeado, que recibió oro (un cofrecito de nada, seguro) e incienso y mirra (que se compra en un chino…). Si seremos listos que hasta el carbón de los que se han portado mal está dulce, y engorda y todo. Y si no engorda, de vueltas al anís para el postrero zampado del roscón relleno de nata.
Tras tanta fecha de guardar hay que descansar el estómago y el hígado durante un mes y medio hasta los carnavales –sí, es una fiesta religiosa los carnavales, aunque quién se acuerda…- donde volveremos a bailar y a beber, pero esta vez sin moderación porque nos preparamos para resistir hasta en final de la Cuaresma –cuarenta días con sus noches, nada menos- sin comer carne, ni beber vino, ni practicar actos conyugales ni otros ayuntamientos. Así que de Viernes de Carnaval a Miércoles de Ceniza, baile va y alcohol viene, para aprovechar los últimos días antes de la severa moratoria orgiástica. ¡Qué bien que en realidad todo sea una ficción y que el fin de semana siguiente la orgía continúe! (¿cuarenta días dije de abstención? serían 40 minutos…)
Al mes y pico de aquello la religión se pone seria y bastante fúnebre, es Semana Santa, pero los fieles, para sublimar tanta pena, despliegan toda una estética barroca y mil sonidos cautivadores entre olores de incienso por cada esquina. Por ello mismo no se considera falta de respeto ni hay por qué renunciar a contemplar la representación del cadáver del Hijo de Dios que pasa balanceándose con suaves cadencias mientras vaciamos, desde un balcón flagrante de jazmín, un plato de queso bien curado, con sus picos, y lo regamos con cualquier cosa, un cubata mismo. Tras el Viernes Santo, y tras seis días de sangre, pasión, quejío, dolor y muerte, llega el soso Domingo de Resurrección. Por todo el planeta internáutico se entrecruzan en cien idiomas felicitaciones y alabanzas por el milagro máximo materializado: la Resurrección de la Carne tras la muerte. Aquí, prácticamente nos vamos a la playa o al campo. Y es que por el extranjero no saben captar dónde se halla la verdadera belleza y dónde lo que de verdad ata.
Al mes y pico de aquello la religión se pone seria y bastante fúnebre, es Semana Santa, pero los fieles, para sublimar tanta pena, despliegan toda una estética barroca y mil sonidos cautivadores entre olores de incienso por cada esquina. Por ello mismo no se considera falta de respeto ni hay por qué renunciar a contemplar la representación del cadáver del Hijo de Dios que pasa balanceándose con suaves cadencias mientras vaciamos, desde un balcón flagrante de jazmín, un plato de queso bien curado, con sus picos, y lo regamos con cualquier cosa, un cubata mismo. Tras el Viernes Santo, y tras seis días de sangre, pasión, quejío, dolor y muerte, llega el soso Domingo de Resurrección. Por todo el planeta internáutico se entrecruzan en cien idiomas felicitaciones y alabanzas por el milagro máximo materializado: la Resurrección de la Carne tras la muerte. Aquí, prácticamente nos vamos a la playa o al campo. Y es que por el extranjero no saben captar dónde se halla la verdadera belleza y dónde lo que de verdad ata.
No hay que esperar demasiado para disfrutar de una buena romería, al Rocío, al río, o a los pinos del pueblo. Pero el camino cansa y habrá que repostar. Y para estirar las piernas un baile no vendrá mal. Y si Jesús en una boda trasformó el agua en vino sería por algo. Así que autorizados a seguir bebiendo y cantando y bailando alabaremos al Creador del mundo –yo, desde luego me sumo si me invitan-.
Ya en junio y en mangas cortas, es tiempo del Cuerpo del Cristo. No es día de bacanal esta vez sino de disfrutar de la avanzada primavera, de estrenar vestidos, de salir a que nos vean o a que nos dé el aire. No es gran cosa esta celebración desde el punto de vista del disfrute carnal, porque en el Corpus hay mucho de abstracción y de concepto cerebral, y poco de sustancia material y sensorial. El cuerpo de Dios transubstanciado en una hostia de pan redondo no se compara con una Virgen Dolorosa de sublime belleza cargando a su Hijo exangüe. Y como no se compara, mueve a menos, y no da gana de beber o de bailar por algo tan intelectual. El Corpus es una fiesta sin imágenes, que habría estado bien para la estética protestante. Los protestantes se quejaban del exceso de idolatría de los católicos hacia las imágenes de santos, ángeles, vírgenes y cristos. Y tenían razón. La razón de los sosos cuando tienen razón. Que vaya religión desganada en que se han convertido.
A lo nuestro. Tras el Corpus, y como ya es mitad de julio y el termómetro de repente se ha puesto en los 35 grados, no viene mal remojarse mientras contemplamos pasear por el puerto a la Virgen más marinera sobre una barca rodeada de otras decenas de barcas. De paso se monta una verbena al fresco y no hay que decir que habrá baile y cerveza fresca para aliviar las calores. Un mes después, a mitad de agosto, la fiesta de la Asunción cae casi desapercibida: hay tantos fieles veraneando y tan poca gente trabajando, que apenas nos damos cuenta de que es fiesta. Mes y medio después otra Virgen, la patrona, la más del pueblo, la última para disfrutar con manga corta, o a lo sumo con una rebequita. Y será la ocasión esperada para ensalzar la belleza de las hijas del municipio que de muchachas han florecido en damas –antaño más flacuchas y hogaño más rollizas, todo hay que decirlo- y que los concejales conducirán orgullosos al altar del brazo.
La religión por estas latitudes es sabia y sabe amoldarse, y si antiguamente por noviembre celebrábamos lo fúnebre, en los últimos años ya nos hemos desmadrado hasta transformar el decoroso culto a los muertos en la fiesta de la risa que da la muerte. La cosa viene de América, como otras veces ha venido del próximo oriente. No pasa nada, lo de aquí y ahora es religión-fusión, como hay flamenco-fusión o cocina-fusión. Funde lo divino y lo humano, y así disfrutamos tanto del cielo como del suelo (aunque tras la muerte nos arriesguemos seriamente a pasar una temporada por el purgatorio, pero mira, lo nuestro ya lo hemos tenido…)
Nunca olvidaré aquel sábado (fue hace años, ya no trasnocho…) en que en un local nocturno me entretuve charlando con una chica desenfadada y minifaldera que no paraba de bailar y de beber pero que aguardaba a que fueran las siete de la mañana para asistir a la primera misa del domingo “y así mi madre no me despierta para ir a la de doce”. “Pero, ¿te plantas en la iglesia con esta pinta?” le pregunté escandalizado, y ella, toda sabiduría y malicia, desenrolló su minifalda hacia abajo hasta que le cubrió las rodillas. En mi opinión, eso roza bastante lo que desde antiguo se llama “el arte de vivir”. En la tierra de las chirigotas a ver qué religión nos iba a saber mantener como palos serios adorando en silencio a una abstracción sin formas. Que sean mejor cinco cañas, niño, y media de calamares, que verás que Virgen tan bonita que pasa ahora, y que bien la mecen…