viernes, 4 de noviembre de 2011

REPÚBLICA
“Hay otros mundos... pero están en este” (Paul Éluard)

Eran pocos, unos quince, agitaban tricolores republicanas y otras banderas rojas de su modesto partido extraparlamentario, al tiempo que coreaban consignas contra la monarquía. La calle comercial era un hervidero de personas: había quien paseaba, quien entraba o salía de las tiendas de moda, quien se apuraba un helado… Algunos miraban hacia el origen del vocerío, pero no mucho más allá de girar la cabeza un segundo; casi nadie recogía las octavillas que ofrecían, nadie se detenía a escucharlos. De alguna manera me daba pena tanta indiferencia generalizada, aunque por otro lado pensé que quien pretende un aplauso se lo tendrá que ganar con mejores ideas.
Pedir para España un sistema republicano es, en efecto, una simpleza. Porque España ya es una República.
Los primeros habitantes conocidos de la antigüedad que mandaron a paseo a una monarquía (o en realidad tiranía) fueron los atenienses, y a su nuevo régimen lo llamaron democratia (fuerza del pueblo). La diferencia entre el sistema antiguo y el nuevo saltaba a la vista: ya no mandaba uno sino que mandaban todos. La verdad sea dicha, “todos” en Atenas no sumaría más allá del 10% de la población de la ciudad, y es que no votaban ni menores de cierta edad –y cumplir 25 años en el siglo V a.C. ya era un cierto éxito vital-, ni mujeres –casi siempre encerradas en casa- , ni extranjeros –y extranjero era cualquier no ateniense-, ni siquiera adultos varones sin la mili hecha o con multas sin pagar..., y lógicamente tampoco los esclavos. Sin embargo, con todas las limitaciones que ustedes quieran, aquel experimento tan novedoso de voto, tras 25 siglos de historia, sigue aún causando admiración.
Los romanos, por la misma época, también derrocaron a su monarquía de reyes etruscos y fundaron su propia democracia, a la que llamaron Res Publica. Que tampoco era una maravilla de representatividad popular que digamos: durante los primeros dos siglos sólo mandaron unas cuarenta familias nobles y adineradas (digamos los Medina-Sidonia, los Osborne, los Bernaldo de Quirós…), que a través del senado elegían a los cónsules, aunque en tiempos posteriores el sistema mejoró y ya se encargaría de la elección a cónsul la Asamblea, órgano mucho más representativo (plagada de López, García o Martínez de la época…).
Para un ateniense o para un romano “democracia” y “república” eran conceptos del todo idénticos. Como también debería serlo para cualquier ser pensante contemporáneo. Si creen que el diccionario les puede ayudar intenten discernir cuál de las dos siguientes definiciones del diccionario es la relativa a República y cuál la relativa a Democracia: 1) forma de gobierno en la que la soberanía reside en el pueblo, que la ejerce directa o indirectamente por medio de representantes libremente elegidos, y 2) forma de gobierno en el que la soberanía reside en el pueblo, que la ejercita directa o indirectamente por medio de representantes libremente elegidos.
Sí, no han leído mal, hay diccionarios que para ahorrar en fatiga cerebral definen ambos conceptos con la misma idéntica frase. Yo, que soy muy osado, pero atendiendo escrupulosamente al mandato del diccionario, voy a proponerles que ya mismo, y en consecuencia, declaremos como régimen republicano a la monarquiquísima Gran Bretaña y en cambio declaremos monarquía -sin el menor escrúpulo- a la República Popular Democrática del Corea. Ya me contarán ustedes si la definición de monarquía –“régimen político en el que el poder supremo, a menudo hereditario, está en las manos de una sola persona”- no calza como un guante sobre el actual régimen comunista norcoreano donde Kim il Sung cedió su poder absoluto a su hijo Kim Jong-il en 1994 y éste, a su vez, en su también hijo Kim Jong-Um en 2010.
En esta vida –nos enseñan los sabios- hay que mirar la dirección que marca el dedo, no al dedo en sí. Sobre la facilidad del humano para dejarse engañar por las apariencias -incluso por apariencias super evidentes- saben bastante los psicólogos: cuando ofrecen y hacen probar caramelos de fresa de color amarillo y caramelos de limón de color rojo, un elevado porcentaje de personas juran y rejuran que aquellos saben a limón y estos a fresa. Los colores, debe de ser eso, confunden lo suyo, y un simple envoltorio no digamos. Y lo que más confunde, las palabras…
En aquella esquina, una militante, de cierta edad, megáfono en mano y bajo una agitación de banderas tricolores, lanzaba al aire pareados de rima consonante. El resto de militantes hacia de coro. Pedían mandar a la Casa Real en pleno al Inem. Que son muy costosos. Que con nuestro dinero no. A lo lejos un vendedor de cupones, apostado en la esquina contraria, replicaba con un insulto a Zapatero que no entendí. Los republicanos les habían robado por una hora a las decenas de jóvenes pijas de quince años la esquina donde se citan para su paseo del viernes. Desde lejos éstas los miraban como se mira a unos extraterrestres.
La monarquía les cuesta a los españoles unos 25 millones de euros anuales (según lo publicado), en sueldos, personal administrativo y de gestión (140 empleados, hay quien dice 500 sumando la seguridad), mantenimiento de estructuras, dietas etc… ¿Son muchos millones 25? Y eso quién lo sabe… es como cuando una mujer sale contenta de la peluquería porque sólo le han cobrado 20 euros por cortarle las puntas… Es cierto que cuando alguien no quiere algo incluso un céntimo de euro puede resultarle un gasto excesivo e inútil, en cualquier caso la cuenta de gastos de nuestros vecinos republicanos, Francia e Italia, podría helarle la sangre a más de un reivindicador de sistemas menos costosos. En el país galo el número de empleados del Palais de l’Élisée asciende a 957, y el gasto anual general a 90 millones de euros (en realidad mucho más ya que unos 800 de esos empleados reciben su sueldo de otras partidas presupuestarias). Pero mejor no miren hacia Italia, el republicano Palazzo del Quirinale le supone al país de la bota 228 millones anuales para nada menos que 2181 empleados (la mitad de seguridad y defensa y la mitad para gestión).
Yo comprendo el republicanismo. Tiene toda la lógica preferir a un presidente de la república que a un rey. Pero es que en España no hay un rey (Rey= “monarca o príncipe soberano de un reino”. Soberano=”que ejerce o posee la autoridad suprema e independiente”), como un automóvil sin motor y con pedales ya no es un automóvil, aunque por fuera lo aparente ser. Tan poco poder ejerce nuestro jefe del estado que ni siquiera recibiría autorización para responder a este modesto artículo: es bien sabido que al rey de España sólo le está permitido escribir el discurso de Nochebuena, todo lo demás es redactado por el gobierno y él tan sólo le pone voz, en congresos, celebraciones y actos varios. Bien mirado es un simple empleado administrativo. ¿Qué lo quiten entonces? Bueno, cumple su labor, y cuesta la cuarta o la décima parte que algunos presidentes de república cercanos.
No se enfaden los republicanos exaltados si les llamo infantiles por pedir otro mundo que ya está en éste, y en cambio disfruten -aquí y ahora- de la Democracia que nos legaron los atenienses, Democracia a la que los romanos llamaron República…