LA PIEL QUE HABITAN
Hace unos días pasé un rato con un transexual. Lo normal es escuchar la palabra transexual y pensar en la prostitución (como acaban de hacer ustedes…) o como poco en un espectáculo sexy-cabaretero, y hasta cierto punto es lógico ya que cada vez que aparecen en la tele casi nunca resultan ser administrativos del ayuntamiento o jugadores de balonmano, por decir. En este caso se trataba de un empleado de la limpieza del aeropuerto y hablamos durante el tiempo de encender y apagar un cigarrillo. Con el mono de trabajo puesto ni parecía del todo hombre ni del todo mujer, excepto por unas protuberancias a la altura del pecho y por su larga cabellera rubia. Su modo de hablar no era de mujer normal sino de mujer de la especie maruja-folklórica, que algunas hay. Yo que soy un lingüista y que puedo pasarme media hora escuchando atentamente a un chino sólo para recrearme en la dificultad de esa lengua y para cerciorarme de que no se entiende nada de nada, estuve muy atento a lo que ese chico me contaba y sobre todo a cómo me lo contaba. En realidad se dedicó a repasar en voz alta sus problemas laborales con el primer desconocido que pasaba por allí –yo- a la hora el cigarrillo y que en vez de prestar atención a sus quejas sindicales se preguntaba si aquel individuo hablaba como una maruja-folklórica o si, en cambio, “imitaba” a una maruja-folklórica. Seamos sinceros: “imitaba”, y no lo hacía del todo mal, pero no mucho mejor de como podría hacerlo yo, o usted mismo, a poco que nos lo propusiéramos. Cuando Alexia apagó el cigarrillo –así se llamaba, me dijo en seguida su nombre, se ve que algo le tuve que gustar- se despidió de mí y se alejó escoba y recogedor en mano ondulando las caderas de una forma ostentosamente llamativa y debo decir ridícula. Pensándolo fríamente, todo en su estética, actitud y movimientos distaba años luz de lo que entendemos por naturalidad y relax mental.
Pedro Almodóvar ha declarado recientemente que pretende demostrar con su última película que la identidad de una persona no depende de sus genitales. Lo que no me queda claro de la frase es si refiere a la identidad de antes de operárselos (soy una mujer, aunque haya nacido con pene) o a después (soy un hombre a pesar de que me han mutilado el pene). En cualquier caso tal declaración es una obviedad de esas que –parece mentira- no resultan obvias para todos. Hay personas que aseguran estar atrapadas en un cuerpo equivocado, que son mujeres que han nacido en un cuerpo de hombre, o viceversa. Como hay personas que se creen Napoleón o que caminan en cuclillas creyéndose una rana. El problema es que el sistema sanitario estatal les dispensa un tratamiento opuesto: mientras a estos últimos intenta sacarlos de su error de apreciación de la realidad (que no son Napoleón ni rana), a los primeros les corta el pene y les practica un orificio para que los hombres sean mujeres o les añaden una protuberancia (inútil, a qué mentir) para que siendo mujeres se sientan hombres. Las autoridades sanitarias tienen entonces como cierto que el sexo de las personas reside en los órganos genitales y no en los cromosomas de cada célula del cuerpo y que, manipulando aquellos, un José Ramón se transforma sin más en una Jéssica.
La definición de mujer (o de hembra, entre los animales) “ser vivo que produce gametos femeninos dotado de la capacidad de parir hijos o poner huevos” no es definición cualquiera ni caprichosa, sino simple, llana y natural. Es por ello que causa estupor la facilidad con que el Estado asigne tal condición a hombres descontentos con su cuerpo y que han sido sometidos a ciertos cambios sólo estéticos y en absoluto funcionales (penes que no fecundan, pechos que no amamantan...). Nos piden que seamos profundos unas veces pero que otras veces juzguemos con superficialidad . A nadie le cabe duda del sufrimiento de por vida de las personas que “sienten” que la naturaleza no les ha dotado del sexo con el que se sentirían felices o al menos normales. Pero son también inmensa legión los que siendo bajos querrían ser altos, siendo feos guapos, siendo pobres ricos. “Doctor soy un hombre rico que se siente atrapado en el cuerpo de un hombre pobre, psicológicamente estoy destrozado ya desde la niñez. Quiero ser feliz.” “Tiene usted razón, hay que intervenir para resolver su problema: anote aquí su número de cuenta bancaria”
La humanidad, es verdad, progresa y avanza y es justo que satisfaga –si la ciencia da para ello- la voluntad de cambio de los que padecen. Pero el mundo de las ideas corre menos veloz que el de la técnica y hoy, por internet, no se puede expresar con más acierto a qué huele el jazmín que hace tres mil años con la simple y ruda escritura cuneiforme, y a la luz de una vela. Lo profundo también vive dentro de la piel que habitamos. El humano no lo puede todo.
Hace unos días pasé un rato con un transexual. Lo normal es escuchar la palabra transexual y pensar en la prostitución (como acaban de hacer ustedes…) o como poco en un espectáculo sexy-cabaretero, y hasta cierto punto es lógico ya que cada vez que aparecen en la tele casi nunca resultan ser administrativos del ayuntamiento o jugadores de balonmano, por decir. En este caso se trataba de un empleado de la limpieza del aeropuerto y hablamos durante el tiempo de encender y apagar un cigarrillo. Con el mono de trabajo puesto ni parecía del todo hombre ni del todo mujer, excepto por unas protuberancias a la altura del pecho y por su larga cabellera rubia. Su modo de hablar no era de mujer normal sino de mujer de la especie maruja-folklórica, que algunas hay. Yo que soy un lingüista y que puedo pasarme media hora escuchando atentamente a un chino sólo para recrearme en la dificultad de esa lengua y para cerciorarme de que no se entiende nada de nada, estuve muy atento a lo que ese chico me contaba y sobre todo a cómo me lo contaba. En realidad se dedicó a repasar en voz alta sus problemas laborales con el primer desconocido que pasaba por allí –yo- a la hora el cigarrillo y que en vez de prestar atención a sus quejas sindicales se preguntaba si aquel individuo hablaba como una maruja-folklórica o si, en cambio, “imitaba” a una maruja-folklórica. Seamos sinceros: “imitaba”, y no lo hacía del todo mal, pero no mucho mejor de como podría hacerlo yo, o usted mismo, a poco que nos lo propusiéramos. Cuando Alexia apagó el cigarrillo –así se llamaba, me dijo en seguida su nombre, se ve que algo le tuve que gustar- se despidió de mí y se alejó escoba y recogedor en mano ondulando las caderas de una forma ostentosamente llamativa y debo decir ridícula. Pensándolo fríamente, todo en su estética, actitud y movimientos distaba años luz de lo que entendemos por naturalidad y relax mental.
Pedro Almodóvar ha declarado recientemente que pretende demostrar con su última película que la identidad de una persona no depende de sus genitales. Lo que no me queda claro de la frase es si refiere a la identidad de antes de operárselos (soy una mujer, aunque haya nacido con pene) o a después (soy un hombre a pesar de que me han mutilado el pene). En cualquier caso tal declaración es una obviedad de esas que –parece mentira- no resultan obvias para todos. Hay personas que aseguran estar atrapadas en un cuerpo equivocado, que son mujeres que han nacido en un cuerpo de hombre, o viceversa. Como hay personas que se creen Napoleón o que caminan en cuclillas creyéndose una rana. El problema es que el sistema sanitario estatal les dispensa un tratamiento opuesto: mientras a estos últimos intenta sacarlos de su error de apreciación de la realidad (que no son Napoleón ni rana), a los primeros les corta el pene y les practica un orificio para que los hombres sean mujeres o les añaden una protuberancia (inútil, a qué mentir) para que siendo mujeres se sientan hombres. Las autoridades sanitarias tienen entonces como cierto que el sexo de las personas reside en los órganos genitales y no en los cromosomas de cada célula del cuerpo y que, manipulando aquellos, un José Ramón se transforma sin más en una Jéssica.
La definición de mujer (o de hembra, entre los animales) “ser vivo que produce gametos femeninos dotado de la capacidad de parir hijos o poner huevos” no es definición cualquiera ni caprichosa, sino simple, llana y natural. Es por ello que causa estupor la facilidad con que el Estado asigne tal condición a hombres descontentos con su cuerpo y que han sido sometidos a ciertos cambios sólo estéticos y en absoluto funcionales (penes que no fecundan, pechos que no amamantan...). Nos piden que seamos profundos unas veces pero que otras veces juzguemos con superficialidad . A nadie le cabe duda del sufrimiento de por vida de las personas que “sienten” que la naturaleza no les ha dotado del sexo con el que se sentirían felices o al menos normales. Pero son también inmensa legión los que siendo bajos querrían ser altos, siendo feos guapos, siendo pobres ricos. “Doctor soy un hombre rico que se siente atrapado en el cuerpo de un hombre pobre, psicológicamente estoy destrozado ya desde la niñez. Quiero ser feliz.” “Tiene usted razón, hay que intervenir para resolver su problema: anote aquí su número de cuenta bancaria”
La humanidad, es verdad, progresa y avanza y es justo que satisfaga –si la ciencia da para ello- la voluntad de cambio de los que padecen. Pero el mundo de las ideas corre menos veloz que el de la técnica y hoy, por internet, no se puede expresar con más acierto a qué huele el jazmín que hace tres mil años con la simple y ruda escritura cuneiforme, y a la luz de una vela. Lo profundo también vive dentro de la piel que habitamos. El humano no lo puede todo.