sábado, 17 de diciembre de 2011

PELÍCULA DE TERROR BUSCA GUIONISTA
Si le preguntáramos a cualquier persona normalmente instruida quién persiguió y ordenó ejecutar a más comunistas en la historia reciente de Europa probablemente nos diría que fue Hitler, o Mussolini, o Franco… y casi nadie mencionaría al mayor exterminador de comunistas de la historia que no es otro, con diferencia, que Iossif Vissarionovich Djugashvili, comúnmente conocido como Stalin. Ni siquiera los comunistas actuales, al ser preguntados, suelen acertar con el nombre del personaje, lo cual no deja de causar un frío estupor.

Por estos días, hace 75 años ya estaba plenamente en marcha la carnicería humana generalizada que habría de recibir el apelativo de “el Gran Terror”. La desclasificación parcial, desde los años noventa, de los documentos oficiales del Kremlin, han certificado –con centenares de kilos de documentos datados, firmados y sellados- los particulares de la limpieza ideológica indiscriminada que barrió la Unión Soviética entre el verano del ’36 y el otoño del ‘38.
Es posible que muchos de ustedes ni siquiera tengan noticia de lo que les estoy contando. Desde julio del 36 hasta noviembre del 38 Stalin decidió “limpiar” todos los cuadros de mandos políticos, cúpulas militares y cabezas intelectuales, científicas y técnicas del país, la enorme mayoría de ellos ciudadanos con el carnet del Partido. Ya en 1934, como aperitivo de lo que iba a llegar poco después, 1.108 de los 1.966 delegados del XVII Congreso del Partido Comunista, en el plazo de un año, resultaron deportados a campos de concentración o directamente fusilados. La campaña de represión iniciada el 31 de julio del ‘37 emprendida contra los “elementos antisociales” y los campesinos –clase odiada por Stalin- se saldó con 259.450 deportados a trabajos forzados y 72.950 fusilados. No fue suficiente, al parecer, y de septiembre a diciembre se añadieron 16.800 deportados y 22.500 fusilados, y el 31 de enero de 1938 fue añadido un contingente más de 57.200 deportados y 48.000 fusilados. Cuando meses después el número total de fusilados llegaba ya a 386.798, Yezhov, el matarife encargado por Stalin para la represión generalizada, les escribía a sus subordinados: “Mejor pasarse que quedarse cortos”.
El sistema de elección de las víctimas sólo puede causar escalofrío: desde el Comité Central se asignaban “cuotas” numéricas (a tal provincia corresponderán 2.000 deportados y 1.500 fusilados, a tal otra provincia respectivamente 4.800 y 2.500…) y los responsables provinciales elegían arbitrariamente a los ciudadanos que debían sufrir o bien reclusión o bien muerte –ciudadanos que hasta ese día caminaban por la calle e iban al trabajo sin cargo alguno-. El pavor a no cumplir con las cuotas era comprensible entre los encargados de confeccionar las listas, y algunos dirigentes locales que no completaban la cifra asignada eran a su vez acusados de “trotskismo” –la acusación favorita del régimen- y pasados por las armas. Absolutamente cualquiera podía acabar en una de esas listas. Por poner un ejemplo que desborda el absurdo, fueron acusadas de “espiar a las potencias extranjeras”, y ejecutadas, personas por tener parientes en otros países, ex prisioneros de guerra, simples filatélicos que intercambiaban sellos con extranjeros, radioaficionados o hasta estudiantes de esperanto. Durante esos dos años 140.000 extranjeros fueron fusilados “por espionaje”, de ellos 110.000 polacos.
Se conservan las listas con los nombres y apellidos de personalidades a purgar, que confeccionó directamente la Comisión de Asuntos Judiciales del Partido, y que incluían de 44.000 personas. Más de 39.000 fueron fusiladas. De 383 listas, 362 están firmadas por Stalin. ¿Quiénes eran esas personalidades que merecían la muerte? Empecemos por los cuadros del Partido: a lo largo del periodo 1936-1938 fueron fusilados 98 miembros del Comité Central (de 139), también fueron deportados o fusilados 72 de los 93 miembros del Comité de las Juventudes Comunistas, y 319 secretarios regionales del partido (de 385) y 2.210 de los 2.750 secretarios de distrito. Eso sólo las cúpulas... Quizás ya empecemos a imaginarnos el ambiente que se podría respirar en aquellos meses por cada esquina del país. Hubo provincias, como Orenburg, donde en dos oleadas, la primera con 540 fusilados y la segunda con 598, toda la nomenklatura política y económica provincial del Partido fue eliminada. Igualmente algunos ministerios en Moscú fueron al 100% renovados (por fusilamiento o deportación a trabajos forzados de la totalidad de los funcionarios anteriormente en el cargo). Todos comunistas con carnet, lógicamente. El número de afiliados al partido pasó de 2’8 millones en 1934 a 1’5 millones en 1939. Hagan cálculos.
Esperen, no hemos terminado.
Tampoco se libraron los comunistas de otros países. Los cuadros de la Internacional Comunista (húngaros, alemanes…) se alojaban en el Hotel Lux de Moscú. La mayoría de ellos fue arrestada. Por su parte los doce miembros del Comité Central del Partido Comunista Polaco fueron ejecutados. La justificación para ello la dio Manuilski: “Los agentes del fascismo polaco habían manobrado hasta ocupar todos los puestos claves del Partido Comunista Polaco”. Varios centenares de observadores soviéticos, que no se habían percatado de esa “desviación en la pureza ideológica” del comunismo internacional, como habría sido su misión, fueron consecuentemente también masacrados. Para mayor ignominia, unos meses después, 570 comunistas alemanes, huidos del nazismo y retenidos en Moscú, fueron entregados en la frontera común de la Polonia ocupada a la mismísima Gestapo de Hitler en base a los acuerdos secretos entre éste y Stalin.
También los dirigentes de decenas de fábricas, sus ingenieros y técnicos, fueron acusados de “saboteadores a la producción”. Kaganovitch, lugarteniente de Stalin, lo dejó así escrito en un documento conservado. “En 1937 y 1938 el personal de la industria pesada ha sido totalmente renovado; miles de hombres han sido nombrados para los cargos en sustitución de los saboteadores desenmascarados… Ahora tenemos unos cuadros capaces de aceptar cualquier tarea que el compañero Stalin les asigne”
Funcionaba así (es sólo uno de tantos casos): tras constatar que los trenes rusos no eran lo puntuales que se pretendía (con pretensiones claramente delirantes) Stalin le pide a Kaganovitch que purgue a 20.000 ferroviarios “saboteadores”. Y éste mandaba fusilar a 20.000 y, para hacer méritos ante el Jefe, a algunos miles más. Si se preguntan ustedes qué ocurría con las mujeres e hijos menores de 15 años de los represaliados de estos años lean el decreto del 5 de julio del ’37 en el que el Politburó ordenó al NKVD “el confinamiento de las esposas e hijos de todos los condenados por traición en campos de trabajo durante un periodo de 5 a 8 años”. 18.000 mujeres y 25.000 hijos formaron el primer contingente de deportados.
La limpieza llegó hasta al mismísimo Ejército Rojo. Entre mayo del ‘37 y septiembre del ‘38 fueron arrestados 35.020 oficiales, una buena parte de ellos pasados por las armas. En la cúpula los fusilados fueron: 3 mariscales sobre 5; 13 generales de armada sobre 15; 8 almirantes sobre 9; 50 generales de cuerpo de la armada sobre 57; 154 generales de división sobre 186; 16 comisarios de armada sobre 16; 25 comisarios de cuerpo de armada sobre 28.
Entre los intelectuales y los científicos -siempre expuestos a la observación, al tener que manifestar opiniones en las aulas o en sus publicaciones- era imaginable el terror a defender cualquier idea inconveniente para el régimen. Aún así miles los intelectuales resultaron arrestados, 2.000 miembros de la Unión de Escritores fueron enviados a los campos de trabajo forzado (donde se moría con una facilidad espantosa), centenares de músicos y pintores, “vendidos al arte extranjero”, fueron también aniquilados. Hasta 27 de los 29 astrónomos del Observatorio de Pulkovo sufrieron la represión, como también lingüistas, biólogos… Prueben a imaginar cuáles podrían haber sido los cargos judiciales en su contra. (Pasaremos por alto cuántos curas y monjas sobrevivieron al bienio).
Por no extendernos más, la cifra más baja que se maneja de condenados a morir fusilados durante el Gran Terror (con documentos internos del régimen) asciende a 681.692, pero se refiere tan solo a los que gestionó el NKVD (años más tarde KGB). Hay estudiosos que doblan la cifra. Y aún en 1941 más de un millón y medio de ciudadanos-esclavos poblaban los campos de concentración, de donde era habitual no salir con vida. El Gran Terror golpeó más duramente a hombres que a mujeres, hasta el punto de que veinte años más tarde, en el censo poblacional de 1959, en la URSS, las mujeres constituyeran el 61% de la franja de población de entre 40 y 60 años, por sólo el 39% los hombres…
¿Por qué les he contado todo esto? Porque sorprende que 75 años después de aquello nadie sabría dar el nombre de una sola obra cinematográfica que plasme toda esta escalofriante historia. Porque no existe esa obra. Sobre el genocida Hitler las películas se cuentan por docenas. ¿Qué tiene entonces de particular el genocida Stalin? ¿que ganó la guerra? No es eso. Es más bien el pavor social a parecer un nazi si denuncias a un comunista. Aunque sea al comunista que más comunistas mandó fusilar. A quien llama a Hitler asesino nadie le considera un comunista, porque denunciarlo forma parte de lo que en la actualidad se considera “ético”. Pero prueben a vilipendiar a Stalin con sus millones de muertos y ya verán con cuántas sospechas les mirarán algunos. Y les preguntarán si son nazis o algo. A mí me lo ha preguntado uno esta semana. Alguien a quien, por su ideología comunista tan blandita, Stalin habría mandado fusilar sin pestañear. Y todavía lo defendía...