jueves, 1 de diciembre de 2011

VISTA A LA DERECHA

Nuevos tiempos, llega la derecha. O no tan nuevos, pese al megáfono o a los mítines vociferantes –cada vez menos, eso sí-. Si la diferencia entre ambos partidos fuera tan extrema como se pretende nos pasaríamos los futuros votantes todo el día desde la barra del bar o bajo el secador de la peluquería discutiendo sobre asunto tan trascendente para nuestras vidas. Y no. La era de los extremos ya es historia: porque ni los socialistas son los causantes de toda la ruina económica ni los populares nos van a sacar de esta en cuatro días sin decenas de recortes dolorosísimos.
Una cuña radiofónica dibuja a una presunta votante de derecha que se expresa pijo total y que parece que habla con un huevo en la boca y cuyo sueño sería vivir del cuento sin trabajar. Pocos días antes ya habíamos visto el video de la niñera uniformada que lleva de la mano al niño, futuro señorito. Los creativos de mensajes afinan poco con la sociología política, siguen caricaturizando a la derecha con un puro en una mano y pelando langostinos con la otra, cuando un puro cualquiera se lo compra ya hasta un parado y un kilo de langostinos cuesta 6 euros en Mercadona.
Resulta llamativo que los de izquierda se llamen a sí mismos “de izquierda” pero los de derecha no se llamen a sí mismos “de derecha”.No sólo, los de derecha no suelen llamar a sus opositores “la izquierda” sino “los socialistas” mientras los de izquierda sí que disfrutan llamando “la derecha” a sus rivales, y jamás los llamarán por supuesto “populares”, concepto que les parece casi de apropiación indebida.
La palabra “derecha”, es efecto, se ha cargado de connotaciones negativas en la historia reciente de nuestro país. Eso no ocurre en nuestros países vecinos. En Italia, por ejemplo, las dos coaliciones históricamente enfrentadas se denominan con naturalidad “centroderecha” y “centroizquierda” y no existe la posibilidad de insultar a nadie tildándolo de “derechista” porque nadie se daría por insultado. Un simple vistazo a la historia nos aclara el porqué: los partidos de la derecha italiana se enfrentaron al fascismo de Mussolini en no menor medida que los de la izquierda, y ello tiene toda la lógica desde el momento en que Benito Mussolini creó su movimiento político revolucionario partiendo de su inicial militancia socialista, y no precisamente del sector moderado sino del sector extremista y exaltado. Éste, en efecto, no contento con las maneras parlamentaristas tan sosegadas y retraídas –en su opinión- del PSI oficial de aquellos años ‘20, se desgajó de ellos y diseñó en paralelo el movimiento fascista, que se fue gestando y creciendo con aluviones de ciudadanos de ideas y proveniencias sociales dispares, casi todos ellos descontentos con la terrible situación del país tras la 1ª Guerra Mundial, pero muy dispuestos algunos al uso de la violencia para imponer sin contemplaciones sus ideas turbulentas. Con la visión de hoy, a los fascistas de entonces los llamaríamos ultraderechistas, pero ellos se veían como un movimiento no sólo izquierdista sino muy social y del todo revolucionario. Lógicamente la Iglesia italiana le dio la espalda a una ideología básicamente alejada de la religión y con un líder declaradamente ateo, que blasfemaba sin contención y que entre reunión y reunión se entretenía en su despacho con sus numerosas amantes (salvando las muchas distancias, en eso recuerda al Berlusconi actual, que además también empezó a despuntar en la política de los ’80 de la mano del socialista Craxi). Unas décadas después, en los años 60 y 70, de vuelta la democracia al país de la bota tras la 2ª Guerra Mundial, el partido hegemónico de la derecha, la Democracia Cristiana, prefirió siempre formar gobiernos apoyándose en los socialistas antes que tener que aceptar los votos del partido heredero del fascismo mussoliniano, el MSI, que nunca consiguió ni oler el poder.
En España todo se gestó de un modo en nada parecido. Franco, a diferencia de Mussolini, no era ideólogo de nada ni lógicamente revolucionario y sus obsesiones eran -al contrario que las de éste- el orden, la religión, la moralidad y la vida castrense, atrayéndose así las simpatías de los sectores conservadores. Identificar al franquismo español con el fascismo italiano, por eso, es en muchos aspectos erróneo. Podríamos decir que a Franco la amparó la derecha conservadora, mientras que con Mussolini la derecha italiana mantuvo siempre un abierto enfrentamiento. Porque los dos dictadores no eran lo mismo, ni venían de lo mismo.
Un poco por todo ello en nuestro país a los votantes de derecha se les llama despectivamente “fachas” cuando son muy de derechas, lo cual en Italia sería incomprensible, ya que supondría identificarlos con unas ideas, las del fascismo, -estatalista, antiparlamentarista, anticlerical, sindicalista…-, que estaría casi en las antípodas de lo que hoy entendemos por ideología liberal o de libre mercado o capitalista. Dicho sea de paso, el fascismo italiano actual ya no se parece en nada a todo esto que cuento, como Izquierda Unida no se reconocería de ninguna manera en el PCE estalinista de los años de la II República.
Pero todo esto es historia ya muy pasada. Los que votarán al PP (o ya han votado si leen esto el lunes...) son en gran medida ciudadanos estadísticamente representativos de la escala social del país. Habrá ricachones, habrá clase media y habrá obreros. Y también habrá parados, y empleados públicos y empleados privados, y todo en la misma medida que quienes votarán PSOE, entre los que habrá también, sin duda alguna, más de un ricachón que otro, si no de los que gastan niñeras con uniforme sí de los que se construyen spa lujosos en sus chalets al amparo de miradas inconvenientes y que necesitan que todo siga como hasta ahora para poder terminar de pagar la inflada hipoteca. Ya en las últimas municipales, en la ciudad en que vivo, la derecha ganó hasta en los barrios más humildes. ¿Es que se han vuelto locos estos trabajadores? No, es que quizás entendieron que esto de la democracia permite cambiar el voto, a ver si cambiándolo les toca de refilón alguna mejora económica, así, por probar. Dentro de algunos años muchos que ahora votan al PP devolverán su voto al PSOE y todo seguirá dentro de la lógica de lo que llamamos alternancia democrática.
A muchos analistas de la política, y famosos, e intelectuales, les pone tomar públicamente partido y airear su voto, que es como sacarse un ojo para siempre, ojo que creen que ya no les va a servir en el futuro. A los votantes no, ellos prefieren conservar la libertad que se disfruta con el anonimato, y si hoy ponen a bajar de un burro a Zapatero mientras juegan al tute en el bar de la esquina, mañana -esos mismos- pondrán a parir a Rajoy mientras se comen una croqueta. Con total naturalidad, como debe ser. Votan, observan, critican, y mantienen el voto, o lo cambian, o se quedan en casa el día de las urnas. Hay quien no concibe que haya ciudadanos que cambien con facilidad el voto pero es que si así no fuera no existiría la democracia. Desde que ésta existe, los partidos se alternan en el poder gracias a los que votan sin la menor pasión, siempre ha sido así y así debe seguir. Y de esa manera el sistema se oxigena, porque nunca ejercer el poder es tan hermoso y tan divertido como conquistarlo. De eso ya saben los unos y los otros.