jueves, 12 de enero de 2012

LA RUEDA QUE GIRA Y GIRA

Desde hace dos décadas opera en los EEUU una curiosa organización dirigida a sabotear el consumismo desbordado de por estas fechas natalicias y de nombre Hundred Dollar Holidays. Esa sería la cifra máxima cuyos afiliados se comprometen a gastar en las celebraciones navideñas. ¿Cenas, fiestas, viajes, dulces, regalos, alcohol? todo está permitido, pero sin gastar en ello más de (traducido y redondeando) 80 euros por persona, cantidad que sería suficiente, según los patrocinadores, para celebrar más que dignamente cualquier festivo del calendario. El empeño por aquí se nos antoja arduo desde el momento en que los españoles –según las estadísticas – sacan de la billetera más de 600 euros –per cápita- para conmemorar la natividad del Niño Dios (¿suena a mucho? no lo crean y calculen: viaje de ida y vuelta a la casa familiar, cena de Nochebuena y posible juerga posterior, eventuales regalos de papanoel, almuerzo de Navidad, cena de Nochevieja y posterior Macrofiesta, almuerzo de Año Nuevo, regalos de Reyes, roscón y últimos brindis…).
Este movimiento americano de tacaños con carnet ha tenido la virtud de aunar en extraña sintonía a no pocos metodistas conservadores a la vieja usanza, que pretenden volver a las sobrias navidades de antaño, con no pocos ecologistas-izquierdistas que se baten contra el indigno derroche del capitalismo consumista. Los que sin embargo no han movido ni van a mover una ceja por secundar la iniciativa han sido lógicamente los sindicatos de trabajadores, demostrándose así, en este asunto, los más fieles sostenedores del Sistema.
Estaríamos ante una de esas paradojas sociopolíticas en las que no sabemos bien a quiénes debemos apoyar para actuar del modo ético y noble que de nosotros se espera, ¿nos gastamos todo el dinero en regalos y comilonas que ni necesitamos ni casi nos apetecen, engordando al Vil Sistema Consumista y de paso manteniendo los sueldos y los puestos de trabajos de centenares de miles de trabajadores, o en cambio reducimos a unos raquíticos 80 euros todos los gastos navideños por habitante, como óptima medida ecologista a la par que razonable, aunque mandemos con ello al paro a quién sabe cuántos necesitados?
Pretendo ser ético pero no me queda claro cómo me debo comportar. Vivo en una sociedad de consumo. Dicho así suena fatal, como a concepto que habría que transformar. ¿Consumir sin más, para qué? Vale, lo combato y que me imiten 20 millones de españoles: cenas de empresa con bocatas unificados de calamares o, mejor, un telepizza apresurado desde la misma oficina; Nochebuena con alitas de pollo y flan de vainilla; Nochevieja con sandwich mixto y una cerveza; ¿regalos? sólo los necesarios y útiles para las personas, o sea, ninguno (vale, uno baratito de los chinos para cada niño); y el roscón de Reyes sin nata ni crema. Viajes extras no, hoteles no, dulces los imprescindibles, alcohol no más que cualquier miércoles. Si me imitan 20 millones de ciudadanos hundimos definitivamente el grosero consumismo capitalista, aunque de paso –ay- inflaremos el paro -más aún- y nos hundiremos definitivamente en el pozo de la crisis. O sea, que no hay salida.
La economía (de mercado, ¿pero hay otra economía?) es una rueda en perpetuo movimiento. Cuando se ralentiza empieza a tambalearse y amenaza con detenerse y caer. Para que ello no ocurra hay que producir mucho, y lógicamente es obligatorio consumir lo mucho producido, o sea, consumir mucho, que viene a ser lo mismo que derrochar. Suena otra vez fatal, vale, pero la alternativa sería producir poco y consumir lo justo, que se parece a eso en lo que ahora estamos, y a lo que llaman “crisis”, y que a nadie parece gustar.
Hago un llamamiento. Quiero en estas fiestas poner mi pequeño grano de arena para resolver la crisis. Tengo mil euros, ¿me los gasto en gambas de Romerijo, fragancias de musgo aftershave, hojaldrinas de Estepa, muñecas Nancy, y un finde en un hotelito rural, y así de paso ayudo a que la rueda gire más rápido y a que se mantengan los puestos de trabajo? Y haciéndolo así ¿para cuándo voy a dejar de gastar sin una real necesidad? ¿Para cuándo empezaré a ser ético y correcto y por fin ecológico para salvar al planeta? La ocasión buena sería ésta, en que la rueda se tambalea y se detiene, para cambiarle el neumático, la válvula… para mejorarla. Lo paradójico es que no suena ni una sola voz en el panorama político español pidiéndoles a los ciudadanos que dejen de derrochar, ni siquiera por la izquierda, y sí en cambio que sigamos gastando y gastando para mantener el Sistema.
Se diría que para vivir satisfactoriamente la sociedad sólo necesitaría lo que produce el 20% de la población activa, con sus sofisticadas tecnologías respectivas (cuatro agricultores, cuatro arquitectos, cuatro fontaneros, cuatro médicos…) y que el resto de la población produce casi chorradas (producimos, se lo dice un “profesor de italiano”…). Diseñadores de pantalones de moda que pasan sospechosamente de moda al año siguiente, restaurantes a 23 euros los 4 centímetros cúbicos de bacalao al vapor de aceite de eneldo, vuelos low cost para plantarse como quien va a Sanlúcar en las rebajas de Londres, centros comerciales con treinta franquicias a 10 minutos en coche de otras tantas idénticas franquicias, hipermercados con 40 líneas de caja donde compramos, sí, leche y pan y patatas y arroz, pero también leche con omegas de soja, pan de nueces mil cereales, patatas cortadas y listas para freír, y arroz precocido directo al microondas, todo a doble o triple precio. Pero ¿y entonces? ¿podemos volver a la racionalidad, a lo justo, a lo sensato? ¿y podemos hacerlo sin mandar al paro a tres millones más de trabajadores? Me temo que no. La rueda gira, y en movimiento es imposible proceder a arreglos o a ajustes. La rueda es implacable: o se ralentiza, se detiene del todo y volvemos a una nueva Edad Media, o gira cada vez más deprisa rumbo al inevitable lujo innecesario.
Y mientras tanto aquí nos tienen, dudando entre entretener la tarde del sábado con un simple libro entre las manos, un paseo y una charla amena por el parque -arriesgándonos así a la destrucción del mundo conocido-, o en cambio gastarnos 50 euros en el multicine del centro comercial empachándonos con palomitas tamaño XXL, tras lo cual echaremos un rato entre máquinas recreativas y tragaperras ruidosas, para a continuación comprarnos el collar hippy número 30 de nuestra colección, terminando la tarde volviéndonos perezosamente a casa en taxi y no caminando veinte míseros y saludables minutos, de manera que, echada así una tarde económicamente responsable, ningún trabajador amenazado de paro pueda acusarnos de saboteadores insolidarios.
Ustedes dirán, porque yo no lo sé…