jueves, 12 de enero de 2012

Y HABRÁ A QUIEN NO LE GUSTE…

Ya son ganas las de algunos de quejarse todo el rato de la Navidad. Yo estoy encantado. En mi calle de Málaga colocaron la decoración el 15 de octubre para que la calle estuviera hermosa durante tres meses. Podían haberla decorado sólo una semana antes de Nochebuena, es verdad, pero lógicamente han pensado que puestos a embellecer la ciudad pues cuantos más meses mejor. Tres meses es genial. Siempre habrá, no obstante, algunos desagradecidos que encuentran con qué criticar al ayuntamiento, que si no pega volver aún de la playa con chancletas, mangas cortas y chupando un polo de limón mientras se camina por debajo de trineos y renos, que cómo se va a festejar el halloween carnavalero bajo la estrella de Belén, o que qué raro se hace llevar a la familia a ponerle flores al abuelo el dia de los difuntos cuando ya todo alrededor son bombillas de colores. Pero el Ayuntamiento tiene razón: hay que acabar con la estación más desagradable de todas, el triste otoño. ¿Hojas secas amarillas por los suelos, vientos desapacibles, humos con olor a castañas asadas, oscuridad a las siete de la tarde?, estéticas de antaño, los tiempos avanzan y por qué no un octubre navideño. Y bien que colabora en esa dirección el súper de mi barrio que ya el día 8, también de octubre, tuvo la buena idea de mezclar en el mismo mostrador las verduras con las frutas para dejar espacio a los turrones, las peladillas y las hojaldrinas. Las señoras pasaban de largo, sudorosas y en tirantas, con las sandía bajo el brazo pero ignorando los alfajores… Ellas sabrán… Yo no, yo compré tres cajas, que dicen que después se ponen más caros…

¡Pero si todo es precioso en Navidad! los papá-noeles subiendo por los balcones de las casas habla mucho y bien del esmero estético de nuestros vecinos, no digan que no, y el gorrito rojo con el borlón blanco a nadie le queda mal, si no nadie se lo pondría, ni los espumillones brillantes alrededor del cuello, venga, ¡que es una vez al año!, y en Nochevieja esos conos picudos rojo-brillantes sobre la cabeza. ¿Se trata de divertirse, no?
Los almuerzos o cenas de empresas, por ejemplo, ¿non son entrañables? Eso sí, es vital no llegar los últimos y que te toque sentarte junto al triste de la oficina, o junto a la pesada que nunca se calla, o enfrente de la señora vieja de la recepción, o tener que mirar todo el rato a la cara del jefe… Lo que me encanta es que pongan las mesas largas y corridas, así es como se está en verdadera unión laboral, y se puede hablar hasta con la amiga que se sienta en el extremo. Y si se grita un poco pues eso es la alegría, ¿no? Lo máximo del todo es cuando en un restaurante hay tres colectivos simultáneamente. Qué risa da.

La noche del 24 aún no es Navidad del todo pero como si lo fuera ¿para qué esperar?, si hay que echar el resto se echa, y se cena, y se bebe y se trasnocha mucho. Y al volver a casa despertaremos a los que duermen con gin-ron-villancicos para que no se sientan tan solos en sus camas y para que recuerden que ha nacido el Niño Dios. Al día que sigue a la Nochebuena - creo que es 25- lo mejor es dormitar hasta la hora del almuerzo y después se puede pasar de la mesa al sofá y otra vez del sofá a la cama, y así veremos cómodamente por la tele cómo celebran la Navidad los cristianos de otros países, pero nosotros, que somos los más listos, la celebraremos calentitos por debajo de una manta sin mover un pie.
La Nochebuena, digan lo que digan, es maravillosa: se comen manjares que habrá quien no probaba desde al menos dos o tres semanas… gambas, carnes refinadas, pescados nobles, champán… Beber champán es un lujazo, cuestan las botellas cuatro o hasta cinco euros, y si la mayoría lo beben sólo una vez al año, por algo será ¿no? La familia al completo es un gozo sociológico, y con suerte más tarde, para los polvorones, aparecerán los primos o las cuñadas cantando villancicos. A algunos sosos no les da la gana acompañarlos en sus cánticos, qué aguafiestas, y hasta los miran con reprimidas caras de asco. Si ni se saben la letra y eso que son las mismas desde hace un siglo… Mejor así, porque cantar sin ganas no hay quien lo disimule. Tanto me gusta la Nochebuena que aunque a eso de la medianoche ya esté amodorrado en el brasero y afuera arrecie una llovizna acompañada de un frío glacial pues siempre me doy una vuelta para felicitar a mis amigos. Es lo educado. Hay que ser pacientes, eso sí, la primera vuelta por los bares a las 00.45 suele ser aún infructuosa, aún están o vacíos o cerrados, pero ya una hora después todo es bullicio y felicitaciones, cuando regreso del improvisado paseo nocturno con paraguas por la playa.
El almuerzo del 25 es para terminar el plato de las gambas que sobraron el 24. Y después del almuerzo lo que pega es mucha tele, con patinaje artístico o saltos de esquí a cargo de noruegos y austríacos, o de por ahí.
31 de diciembre. La llegada del fin del año es un acontecimiento de una especial emoción superplanetaria. ¡Imagínense, un-año-nuevo-nada-más-y-nada-menos! Y la ocasión merece propasarnos un poco. No se me rajen ¿desde cuándo no se habrán tomado ustedes unas copitas para celebrar algo? Anímense, y beban a la salud de la vida, que a ver hasta cuándo no van a beber otra vez… Y vuélvanseme a casa casi de mañana, ¿eh? y duérmanme hasta las tantas que total el Concierto de Año Nuevo de La Primera lo ponen muy temprano y siempre va de valses en Viena con el director desmadrado y un público muy trajeado acompañando con palmas…
¿Se lo están pasando bien en estas entrañables fiestas? Pues ya sólo quedan los Reyes Magos. ¿Les han comprado los regalos a los sobrinos por Papá Noel para callarles la boca? Pues ahora viene lo mejor, disfrutar el 6 de enero con esas caras encendidas de padres, hermanos, esposas, novios, primos, cuñadas que expresan su sorpresa y su admiración ante los regalos con que les sorprenderemos. Perfumes, pañuelos, corbatas, compact disc (para ese día no pirateen, por favor, existen aún las tiendas…) La Navidad tiene eso de mágico, que cualquier regalo que hagan será siempre bien recibido, la gente anda supernecesitada de pañuelos, de broches, de lociones aftershave…
La cabalgata de Reyes que organizan los ayuntamientos de España es una inmejorable ocasión para el abrazo entre el pueblo y los (casi siempre) concejales del ilustrísimo, que tras unas barbas doradas o un betún negro nos lanzan caramelos con caras extasiadas, y que aunque proceden del Lejano Oriente parecen como muy de aquí. Es cuando los niños son más niños, que ni a veinte centímetros de distancia captan esas barbas superpostizas ni les extraña ese acento de campo mayeto de sus majestades. Es la ilusión, que lo ciega todo, hasta la sociolingüística. Y no digan que no es suerte no tener que aprenderse los nombres de los dromedarios de sus majestades, no como los renos -encima volantes- del gordo de rojo de la competencia.
Ah, la navidad. Qué fiesta tan auténtica y tan verdadera. Es cantar los peces en el río y ponérseme la carne de gallina. Su texto, tan profundo, conmueve a cualquier mortal, y su melodía tan suave y tan equilibrada relaja los espíritus. Sobre todo si se canta a lo flamenco. Agradezco al ayuntamiento (ahora al de Rota) que amenice las calles del centro con altavoces por doquier para que suene ese flamenqueo natalicio tan nuestro. Me encanta leer el Diario de Cádiz en mi casa con los quejíos de fondo y los desgarros jondos por el nacimiento del Niño Dios, o acompasar los telediarios con el noche de paz a lo lebrijano, o conciliar mi siesta con el ay del chirriquitín debajo de mi oreja que ni me pone nervioso ni nada. La Navidad o se vive con intensidad o no es navidad. Y al que no le guste…