lunes, 2 de enero de 2012

MINIFALDA CON CHADOR

A lo largo de la historia han surgido movimientos reivindicativos que hacía falta que surgieran, el mundo es imperfecto y los humanos se niegan a someterse a sus injusticias, así que en ocasiones se han batido contra el sistema exigiendo cambios que, tras años o décadas –o siglos- han producido sus frutos conquistando los derechos soñados o las mejoras pretendidas. ¿Y después? Pues después, ya con todo conseguido y tras recibir el merecido aplauso de la sociedad, puede ocurrir que alguno de esos movimientos no se disuelva, sino que siga manteniendo su activismo militante y que ya sólo sirva para dar el coñazo más que para otra cosa, dicho sea con todo el cariño.

En la España de estas alturas de la historia, las reivindicaciones importantes del feminismo en términos de igualdad legal entre hombres y mujeres, iniciadas hace siglo y medio, ya han sido conseguidas y están más que cumplidas. Hoy cualquier mujer de 30 o 40 años ha desarrollado toda su vida educativa, laboral y social sin discriminaciones. Es verdad que si nos empeñamos todavía en buscar deficiencias las hallamos, sí, como también las hallaríamos respecto a los hombres sólo por ser hombres: hasta hace poco, por ejemplo, los mandaban a la guerra, nada menos, a que los mataran…

Claro que hablamos de la Europa occidental y de la segunda década del siglo XXI. Bastaría en cambio coger un Ferry en Tarifa y plantarse en Tánger para que la lucha por la igualdad de la mujer adquiriera de nuevo todo su pleno sentido. Y trabajo en ese sentido, desde Tánger hasta Pekín, no habría de faltar. La frontera de la desigualdad entre sexos está cerca, a veinte kilómetros de nuestras costas, pero el feminismo militante de por aquí, en cambio, siguen aún enfrascado en una lucha contra los “machistas” hispánicos con espadas de plástico y con pistolas de agua. En los partidos de izquierda españoles ya ha triunfado la cacofonía “los trabajadores y las trabajadoras están agradecidos y agradecidas…” utilizando un lenguaje con el que nos llaman idiotas a los que estamos allí escuchando, que sabemos que ellos en sus casas y en zapatillas no se expresan así “María, los niños y las niñas ya están bañados y bañadas”, pero como unos ideólogos autómatas consideran que si ellos no “mejoran el idioma” los votantes podríamos pensar que son unos insensibles o algo. Y se ha instalado en la sociedad un verdadero pánico a ofender a las feministas, que debe de ser el colectivo –mérito ganado a pulso- con menos sentido del humor del mundo. Yo al menos cada vez que he intentado hacerlas reír con comentarios o chistes divertidamente incorrectos sólo he recibidos conseguidísimas caras largas de asco que me han dejado planchado del todo…

De paso, en cambio, se abre la veda para ridiculizar un poco a los hombres si hace falta. Hay spot publicitarios en televisión que habrían resultado impensables de haberse invertido los papeles hombre-mujer. Había uno en que una treintañera se alegraba entre sus amigas de que su marido hubiera aprendido -al fin- a poner una lavadora. Acto seguido se ve al tal marido metiendo la ropa, añadiendo el detergente, cerrando la escotilla… pero la lavadora no arrancaba. Tuvo que ser un perro -¡un perro!- el que apareciera por allí, levantara las patas y pulsara el botón de puesta en marcha que el marido había olvidado pulsar. El anuncio duró toda la temporada sin la menor protesta del Colectivo de Maridos, por cierto. Recuerdo otro spot inadmisible: tres amigas estupendas y vestidas de fiesta avanzan hacia la entrada de una discoteca donde el portero es un pedazo de tío, una de ellas al pasar junto a él le toca descaradamente el culo, y se vuelve hacia sus amigas reprimiendo una sonrisa que significaba “¡me atreví a hacerlo!”. Ustedes simplemente inviertan los papeles hombre-mujer e imagínense cuántos días habría permanecido en antena un spot en que tres tipos pasan junto a una trabajadora de lo que sea y le tocan el trasero… Se habrían producido dimisiones en cadena.


Hay series de la tele en las que todos los personajes masculinos son tontos o cómicos o patanes y todos los personajes femeninos son juiciosos, inteligentes y razonables… (los Simpson… los Serrano… ) Y es que hoy en día da como apuro reírse de una mujer en su papel de tonta. Para hacer el tonto mejor un hombre. O sí, vale, está permitido representar a mujeres en papeles denigrantes sólo a condición de que estén debidamente acompañadas por hombres al menos tan denigrantes como ellas, pero nunca menos.

En los libros de texto con los que enseñamos idiomas aparecen centenares de frases que lógicamente reflejan la cotidianeidad y por ello también a veces la interacción entre hombres y mujeres. La mayoría de esas frases son tremendamente neutras, del tipo “Luisa fue ayer al cine con Javier”. Sin embargo cuando en la relación hombre-mujer, marido-esposa o chico-chica, alguno de ellos resulta algo cómico, insensible, incorrecto, exagerado o mentiroso… ese siempre es el personaje masculino. A los creadores de materiales didácticos debe de producirles terror hacer pasar a una mujer por débil, mala, ridícula o simplemente inadecuada frente al personaje masculino: “Luis no sabe cambiar una bombilla” es una frase del manual casi divertida, “Luisa no sabe cambiar una bombilla” resultaría ofensiva.

En Arabia Saudita –es noticia reciente- quieren prohibir los ojos bonitos a través de la única rendija de los ropajes femeninos aún a la vista de los mortales. Van cubiertas sepulcralmente las mujeres de nuca a talón –por ley- pero ahora las de ojos demasiado sugerentes podrían verse obligadas a cerrar la última y única escotilla de libertad epidérmica. Dicen los clérigos de por allí que esos ojos pueden llegan a provocar a los varones. Por supuesto que provocan, como provocaba –y muchísimo- enseñar las pantorrillas en los años veinte o dejar el ombligo al aire por nuestras playas de los años cincuenta… Y sin embargo se diría que las protestas del feminismo de por aquí son incapaces de atravesar fronteras. Colectivos de todos los colores ideológicos protestan por cualquier asunto europeo o americano o asiático de su incumbencia… pero las feministas se niegan a montar en cólera para denunciar que a millones de mujeres de otros países (principalmente islámicos) no les permiten aprender a leer y escribir, ni elegir libremente un marido, ni poder montar una simple panadería, ni alojarse sola en un hotel, ni viajar sin permiso de un hombre, ni enseñar un codo o una rodilla por la calle, y ahora encima si tienes unos ojos bonitos mejor te pones el burqa. Todo eso ocurre a pocas horas de avión de nuestro sofá de casa. Pero yo a las feministas de aquí sólo las oigo refunfuñar que no hay que escribir en un informe “los alumnos” sino “los alumnos y las alumnas”…

Sé qué les pasa, que están hechas un lío. Y es que hay feministas a las que se les atraganta que otras mujeres se vistan con micro-minifaldas para lucir el cuerpo en la discoteca, que eso –protestan- es subyugarse a los hombres, mientras que otras feministas defienden que una mujer se viste como le da la gana y ya está, que qué es eso de decirle a una mujer cómo tiene que vestirse. Y es que también hay feministas que repudian que la mujer musulmana se cubra la cabeza con un chador por imposición del macho musulmán mientras que otras feministas sostienen en cambio que no, que mejor que no se lo quite, que lo contrario sería darle la razón a la extrema derecha católica y xenófoba. En fin, a la espera de un congreso mundial feminista en el que unifiquen los criterios, los demás aún no sabemos cómo debemos pensar para ser considerados éticos y correctos. Y mientras en China por ser mujer te abandonan recién nacida, o en África te mutilan la sexualidad de por vida, o en Afganistán te lapidan por sólo mirar al marido de al lado, aquí si le regalas una pelota a un niño y un juego de cocinitas a una niña ya te puedes dar por retrógrado sexista.